El centro del universo capitalista es deslumbrante por arriba y decepcionante por abajo. De hecho nos deslumbra la inversión privada y nos decepciona la financiación pública. No es extraño en un país donde se vanaglorian de tener controlados sus impuestos. Dicen que su gran poder está ahí, pero… ¿es eso cierto?
Desde Central Park hasta el Sur de Manhattan, donde rutila el distrito financiero, se encuentra la capital oficiosa del capitalismo (la oficial sigue morando en la pérfida Albión). El lujo, la miseria, los trajes italianos, el sudor, la victoria y la peor de las derrotas se pasean por aquellas cuadriculadas calles, que no son más que un gigantesco puntito dentro de la enormidad olvidada de Nueva York. Sólo una porción dentro del más pequeño de los cinco sectores de la ciudad: Brooklin, Queen’s, Bronx, Staten Island y Manhattan. ¿Pero, qué es del resto de la Gran Manzana? Tan sólo el escenario de unos pocos fotogramas de cine y, sin embargo, allí, como en el resto de ese gran país, se esconde la verdad sobre el capitalismo. Barrios de emigrantes sin un sitio en la sociedad, barrios de clase media, barrios de clase baja, barrios de triunfadores, barrios de fracasados… todos los estratos de una sociedad que está terminando de digerir que ya no es el país de las oportunidades, porque los dueños del dinero han establecido un muro virtual muy difícil de escalar. Entre tanto, muchos ciudadanos que creyeron en el sueño americano han tenido que lanzar la toalla después de dejarse la piel en la construcción de ese gran Estado siempre inacabado. Tal vez un cáncer de estomago les alcanzó y, sin seguro sanitario y después de hipotecar sus sueños, termino por morir al no tener con que pagar sus últimas dosis de quimioterapia. Eso sí, algún oscuro ejecutivo se ahorró millones en impuestos a la hora de colocar el último ladrillo de la muralla invisible.
EE.UU. paga menos impuestos que cualquier país europeo, pero sus servicio a los ciudadanos son igualmente inferiores. Sin ir más lejos, ya hemos visto que el mantenimiento de una ciudad como Nueva York haría ruborizar de vergüenza a cualquier alcalde europeo y de indignación a sus conciudadanos. Ese es el significado último del “estado del bienestar”. En Europa nuestras ciudades gastan fortunas en servicios e infraestructuras que se han de financiar con impuestos. En EE.UU. es la iniciativa privada la que construye y las administraciones sólo mantienen lo que se puede con sus presupuestos, así que todo está pensado para que ese mantenimiento sea lo más barato posible, pero aún así, frente a la puerta de Tíffanis pueden verse algunos lindos socavones, y bajo el subsuelo, el subway mantiene la misma cara llena de cremas desde hace un siglo y sin hacerle ni una pequeña operación de verdadera cirugía estética.
Nueva York, a pesar de todo, sigue fascinando a sus visitantes y, en cuanto a sus habitantes, están tan orgullosos de su ciudad que no la cambiarían por ninguna otra. Pero es la ciudad de la inversión privada, en el país de la inversión privada. Allí el juego es otro donde los ganadores ganan más y los perdedores lo pierden todo. Así que cuando en mi ciudad veo excrementos en las aceras (una rareza en Nueva York), mendigos haciendo cola en un comedor público, turistas de mochila o políticos de derechas intentando expulsar a los emigrantes, me pregunto: ¿Dónde estarán construyendo la muralla?
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