NOTA del Administrador

Los temas económicos acostumbran a ser muy controvertidos (por no decir polémicos) por su trascendencia con la vida cotidiana y sus difíciles relaciones entre teoría y práctica. Además los ejercicios que se puedan hacer en tendencias macroeconómicas, nunca están exentos de politizaciones. Es por eso que ruego, a los que tengan a bien comentar alguno de estos artículos, identificarse correctamente. Pues todos aquellos comentarios anónimos o que no guarden las formas, serán eliminados.

Las discrepancia nunca es un problema.

¡Gracias!


jueves, 23 de diciembre de 2010

Nestlé: chocolate con leche.

Por fin he vendido en eBay mi cafetera Krups. Sí, una de esas que anuncia el George Clooney. No me han dado ni la mitad de lo que me costó, ni con el descuento de 50€ del que mejor ni hablamos. Una pena, porque el café no estaba mal. Un poco caro, pero aceptable y más limpia que la cafetera exprés tradicional. Y sin la necesidad de ser tan hábil para hacer un buen café (que yo lo soy). Pero esta venta tiene poco que ver con el café y mucho con la marca: Nestlé. Porque hasta hace unas semanas era un gran consumidor de los productos de esta marca, pero desde hoy se acabo. Me paso a Danone, Dhul, ATO y otras muchas marcas, en principio más éticas, y que hacen productos iguales o similares.

La causa de este radical cambio de hábitos está fundamentada en una carta (e-mail), que envié a varios niveles dentro de la empresa, solicitando la reconsideración del cierre de su factoría en Viladecans. Un cierre que pretendían justificar dentro de su fusión (absorción) de Lactaris. A los casi doscientos empleados de la planta se les ha “ofrecido” el traslado a la recién ampliada factoría de Guadalajara (ampliada para absorber la producción de la primera). Nestlé pretende justificarse, a nivel de empleo, aumentando en una decena el número neto de empleados. Pero esto es un engaño pues desde Guadalajara se supone que también van a servir, a partir de ahora, a Portugal. La realidad es que se reducen los empleados y, lo que es peor, se crea la justificación para cerrar la moderna factoría de Guadalajara en cuanto se considere el error logístico de su ubicación y se decida trasladarla directamente a Portugal.

Nestlé se deshace así de un grupo de trabajadores arraigados y en plena crisis cuando sus beneficios siguen siendo escandalosos. Así Nestlé se une al ya demasiado extenso grupo de multinacionales que no responden a sus responsabilidades sociales. En este caso les importa una mierda sus trabajadores.

Lo que más me ha alarmado y repugnado ha sido la actitud de algunos individuos que han preferido culpar a los catalanes o al tripartito. Un gran ejemplo de solidaridad, sin duda (esto es ironía, para los que no sepan captarlo). Supongo que debe ser una forma de huir de un cierto sentimiento de culpabilidad, dado que uno de estos repugnantes individuos resultó ser un conocido sindicalista alcarreño del que mejor ni hablamos.

Pues bien, la citada carta tenía una fecha límite para su consideración a 31 de diciembre, sin embargo, dado que no he recibido ninguna respuesta a ella por parte de la empresa, he pasado a la fase uno de repulsión hacia Nestlé, uniéndose a otras eminentes empresas como Gillette (Sevilla 1994) y Samsung (Palau-Solità i Plegamans 2004). Empresas con grandes beneficios y sin ninguna responsabilidad social. Ni que decir tiene que no consumo productos ni Gillette, ni Samsung, desde los cierres de sus factorías. Pero Nestlé ha ido un paso más allá al hacerlo en un momento tan crítico para el futuro laboral de sus empleados. Creo que con Nestlé podría pasar al nivel dos muy pronto y, quien sabe, a lo mejor logramos que su malintencionada hazaña no produzca ningún beneficio económico… incluso, tal vez, pueda llegar a perder dinero… ¿Sueño?

sábado, 27 de noviembre de 2010

ConsumeHastaMorir ElGranCasinoEuropeo256

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domingo, 21 de noviembre de 2010

La muralla del capitalismo

A menudo tomamos a EE.UU. como ejemplo del triunfo de las economías de mercado. De hecho, para los neoliberales, los fundamentos económicos de ese país son el gran ideal, la meta a conseguir. Sin embargo, si viajan a Nueva York, a la zona más glamorosa de Manhattan… digamos en la quinta avenida unas manzanas antes de llegar a Central Park por el sur, verán unos edificios que les harán abrir boca y ojos por igual, lujosas tiendas llenas de los productos más selectos de todo el planeta. En fin, habrán llegado al corazón mismo del capitalismo. Ahora procuren poner los pies en tierra y mírenlos bien y miren el suelo que les rodea. No son las baldosas modernistas del Paseo de Gracia de Barcelona, de hecho ni siquiera se acercan a la vistosidad de las aceras de cualquier pueblo de provincias. Ante ustedes hay unas enormes placas de cemento liso, muy funcionales, pero con el único atractivo que el de los ennegrecidos chicles allí olvidados. Y si miran al asfalto de la transitada calle, es posible que detecten más de un profundo socavón en él. En mi última visita vi como uno de los valerosos ciclistas de la Gran Manzana introducía su rueda delantera en uno de ellos, lesionándose ambas muñecas.

El centro del universo capitalista es deslumbrante por arriba y decepcionante por abajo. De hecho nos deslumbra la inversión privada y nos decepciona la financiación pública. No es extraño en un país donde se vanaglorian de tener controlados sus impuestos. Dicen que su gran poder está ahí, pero… ¿es eso cierto?

Desde Central Park hasta el Sur de Manhattan, donde rutila el distrito financiero, se encuentra la capital oficiosa del capitalismo (la oficial sigue morando en la pérfida Albión). El lujo, la miseria, los trajes italianos, el sudor, la victoria y la peor de las derrotas se pasean por aquellas cuadriculadas calles, que no son más que un gigantesco puntito dentro de la enormidad olvidada de Nueva York. Sólo una porción dentro del más pequeño de los cinco sectores de la ciudad: Brooklin, Queen’s, Bronx, Staten Island y Manhattan. ¿Pero, qué es del resto de la Gran Manzana? Tan sólo el escenario de unos pocos fotogramas de cine y, sin embargo, allí, como en el resto de ese gran país, se esconde la verdad sobre el capitalismo. Barrios de emigrantes sin un sitio en la sociedad, barrios de clase media, barrios de clase baja, barrios de triunfadores, barrios de fracasados… todos los estratos de una sociedad que está terminando de digerir que ya no es el país de las oportunidades, porque los dueños del dinero han establecido un muro virtual muy difícil de escalar. Entre tanto, muchos ciudadanos que creyeron en el sueño americano han tenido que lanzar la toalla después de dejarse la piel en la construcción de ese gran Estado siempre inacabado. Tal vez un cáncer de estomago les alcanzó y, sin seguro sanitario y después de hipotecar sus sueños, termino por morir al no tener con que pagar sus últimas dosis de quimioterapia. Eso sí, algún oscuro ejecutivo se ahorró millones en impuestos a la hora de colocar el último ladrillo de la muralla invisible.

EE.UU. paga menos impuestos que cualquier país europeo, pero sus servicio a los ciudadanos son igualmente inferiores. Sin ir más lejos, ya hemos visto que el mantenimiento de una ciudad como Nueva York haría ruborizar de vergüenza a cualquier alcalde europeo y de indignación a sus conciudadanos. Ese es el significado último del “estado del bienestar”. En Europa nuestras ciudades gastan fortunas en servicios e infraestructuras que se han de financiar con impuestos. En EE.UU. es la iniciativa privada la que construye y las administraciones sólo mantienen lo que se puede con sus presupuestos, así que todo está pensado para que ese mantenimiento sea lo más barato posible, pero aún así, frente a la puerta de Tíffanis pueden verse algunos lindos socavones, y bajo el subsuelo, el subway mantiene la misma cara llena de cremas desde hace un siglo y sin hacerle ni una pequeña operación de verdadera cirugía estética.

Nueva York, a pesar de todo, sigue fascinando a sus visitantes y, en cuanto a sus habitantes, están tan orgullosos de su ciudad que no la cambiarían por ninguna otra. Pero es la ciudad de la inversión privada, en el país de la inversión privada. Allí el juego es otro donde los ganadores ganan más y los perdedores lo pierden todo. Así que cuando en mi ciudad veo excrementos en las aceras (una rareza en Nueva York), mendigos haciendo cola en un comedor público, turistas de mochila o políticos de derechas intentando expulsar a los emigrantes, me pregunto: ¿Dónde estarán construyendo la muralla?


sábado, 6 de noviembre de 2010

El negocio de Matías

Siempre que hay crisis aparecen brillantes oportunidades financieras para aquellos que saben sacar partido de la desgracia ajena. Y en eso mi amigo Matías es un maestro. También en esta crisis se ha aventurado en una de sus locas empresas que le harán rico. Esta vez la idea es sencilla. Se ha buscado un amiguete en los juzgados que le informa de los pisos que van a ser embargados por cantidades, a priori, poco voluminosas. Matías contacta con los propietarios antes de que se lleve a cabo el desenlace legal y adquiere la propiedad por el simple pago del rescate. Además acuerda con el inquilino (generalmente el mismo propietario moroso) un contrato de alquiler por cinco años a un precio algo inferior al del mercado (de otro modo, tal vez, no lo podría pagar).
¿Parece un negocio ruinoso? Pues no lo es. Matías ha creado una financiera donde sus inversores aportan el dinero para comprar los pisos y él les paga los alquileres como intereses de su inversión. Según su opinión, en cinco años acabará esta depresión y los precios de los inmuebles remontarán. Con la venta podrá devolver los capitales iniciales y con las plusvalías él se hará rico.
Por desgracia dos de sus inversores se han quedado en paro, por lo que han retirado sus inversiones, así que él ha tenido que pedir un préstamo al banco para cubrir la falta de líquido. Y ahora, al no encontrar nuevos inversores que cubran la baja, para pagar los intereses, ha tenido que hipotecar su propia casa... Tal vez sea una buena oportunidad para comprársela.

¡Gracias, Vicent, por dejarme publicar este artículo en tu blog!

viernes, 5 de noviembre de 2010

Inspiración tecnológica


El otro día estaba leyendo a un analista económico de esos que tienen casi tan poco crédito como yo y realmente consiguió inspirarme. Aquel buen señor hablaba de la aceleración de las olas de Schumpeter (debo reconocer que ni él ni la escuela austríaca son santos de mi devoción). No sé si fue debido a mi baja comprensión del inglés o a la visión de una de aquellas gráficas, que entendí que este economista había deducido crestas y valles en la economía dependientes de determinados desarrollos tecnológicos que impulsaban los primeros (aunque más bien era la influencia de los avances tecnológicos sobre la economía, lo que se medía). En la imagen aparecía una primera ola naciendo en 1785 impulsada por la energía del agua, colonias fabriles junto a ríos e impulsadas por molinos fluviales, le industria del hierro y las innovaciones textiles. La primera ola decae para dar la salida a otra en 1845 impulsada por la máquina de vapor, las vías de la minas que darán paso, junto a la máquina de vapor, al desarrollo del tren, y la aparición del la industria del acero que modernizará toda la metalurgia. Si a la primera ola le da un periodo de 60 años, esta sólo tendrá 55 años. En 1900 arranca otra impulsada por la electricidad, la química y los motores de combustión interna. Que nos lleva hasta 1950. Cada vez los períodos son más cortos. De hecho, a partir de 1950, no creo que el ilustre economista tuviese nada que ver con la explicación de las siguientes olas. De 1950 a 1990 van 40 años y sus motores son la industria petroquímica, la electrónica y la aviación. Finalmente la última ola, de sólo treinta años nos llevaría a 2020 impulsada por la digitalización, el software y los “new media”.

Mi mente se puso a trabajar con esas informaciones y analizando los datos llegue a la conclusión de que la gráfica se limitaba a hablar de olas tecnológicas pues en ella no se reflejaban los fenómenos como la gran depresión (aún al comienzo de la tercera cresta), la crisis del petróleo (al comienzo de la cuarta) o la gran crisis actual (en la cima de la que se cerrará en 2020). Por tanto de lo que se habla es únicamente de los grandes motores tecnológicos y su época. En casi todos los casos el impulso se viene preparando desde tiempo antes y en todos ellos el que toma la delantera tiene más oportunidades de obtener una compensación en forma de desarrollo económico. De este modo, como el comienzo de la nueva ola está cercano tendríamos que empezar a investigar y a desarrollar los motores de la próxima generación. Y si seguimos las reglas aparentes se trataría de una industria energética, una base tecnológica y una industria con aplicaciones lúdicas. Las energías limpias (eólica, mareas, solar...) son sin duda las tecnologías energéticas a desarrollar, tal vez junto a la de fusión, pero cuyos costes nos impiden tomar en solitario ninguna iniciativa al respecto. La base tecnológica va a ser, sin duda Internet 2.0, es decir IP6. En cuanto la tecnología de aplicaciones lúdicas, la TV interactiva por Internet; aunque en este campo las actuales redes de datos domésticas están muy lejos de suministrar este futuro con la calidad adecuada. Sobre todo cuando la nueva televisión será 3D y HD, tendrá juegos interactivos, como los de las actuales videoconsolas, y sin mandos, obedeciendo a una simple webcam, como está apunto de sacar Microsoft para su Xbox. Tambien la comunicación interpersonal se llevará a cavo por estos “terminales”.Así mismo el firmware de los nuevos dispositivos tendrá que ser tan amigable como para poder ser dirigido por la voz y sin demasiadas dudas, porque sus usuarios serán personas demasiado mayores para querer aprender los rudimentos de estas nuevas tecnologías. Por supuesto, habría un nuevo campo susceptible de mejorar sus tecnologías para poder sobrevivir hasta la siguiente ola. Se tendrán que mejorar las tecnologías referentes al reciclaje, ya que las actuales aún nos obligan a seguir consumiendo demasiados recursos naturales.

martes, 28 de septiembre de 2010

¿Dónde está el punto de inflexión? Yo secundo la huelga.

Desde hace bastantes años vengo poniendo en duda todas las acciones de los sindicatos y su capacidad para representar a los trabajadores. Esa era la razón principal que me hacía dudar sobre el apoyo a esta jornada de huelga. Otra de las razones era el beneficio que podía obtener de ella el partido fascista y en general todos los neoliberales (responsables reales de esta crisis). Sin embargo, me he dado cuenta de que, esta mal llamada reforma laboral (sería más correcto llamarle desastre nacional), va a acabar con el poco empleo “justo” que queda.

Siempre he insistido en afirmar que el paro es un mal endémico de nuestro país, sin embargo, las medidas de protección de empleo salvaban algunos de puestos laborales decentes de crisis en crisis. Cosa que en último término servía de ejemplo para recuperar parte de ese tipo de puestos en los momentos de bonanza (cuando las empresas se benefician sin pensar en las personas de quien se han aprovechado).

Nuestro país, es cierto, necesita abaratar el empleo, pero el bloque neoliberal (PP, CiU, PNV y alguno más) prefiere forzar el abaratamiento del despido. Si el empleo es caro y el desempleo barato… ¿cuál es la conclusión?

Por si no fuese bastante se penalizan las bajas por enfermedad convirtiéndolas en razón de despido y, al tiempo, se sube la edad de jubilación a los 67… ¿quién va a poder llegar empleado a esa edad?

No es un reforma laboral, es un pacto para que empresarios como el inmoral presidente de la Patronal española, puedan deshacerse impunemente de las personas que han generado su riqueza. Es una ley para quitar las últimas responsabilidades a los causantes de la crisis.

No hace falta ser muy listo, pues, para darse cuenta de que esta “reforma”, lejos de mejorar el problema del paro, lo va a agravar. Pero es que además también va a bajar la productividad real del país pues, en primer lugar cunde el desanimo entre los trabajadores y, además, para reducir costos, los trabajadores que ejercerán a partir de ahora no van a ser los más cualificados.

Hasta hace unos meses España, a pesar de la enorme cantidad de bajas laborales que según la patronal sufría, era el país con mayor productividad por dinero invertido en trabajadores. Cierto que era de los últimos por hora trabajada, pero es que nuestros salarios son de miseria comparados con los precios que nos rodean. También es cierto que los españoles son los empleados menos dispuestos a desplazarse para ocupar un empleo, sin embargo ya demostramos que eso, lejos de ser en realidad un problema, era una riqueza económica que evitaba una situación mucho más desastrosa.

Está claro que no se pueden tomar medidas sin tener en cuenta las características del país, pero mucho menos perjudicando a los más necesitados, quitándoles sus últimas esperanzas y apoyando a aquellos, que en último término, son los responsables de nuestros actuales problemas.

Por todo esto y mucho más, yo secundo esta jornada de huelga.

El poder de los medios.

 

Seguramente todos nosotros hemos pensado en algún momento cuál es el sentido de la vida. Para aquellos que se han acogido a una fe, sea la que sea, ya tienen una respuesta estandarizada que pueden, o no, aceptar, pero para el resto de los mortales tiene que existir algo más. De todas formas, aún en el supuesto de que estemos aquí porque es el deseo de un ente superior, este debía tener alguna razón para ello y es obvio que esta es ajena a nosotros.
El sentido de la vida y el Universo son la misma pregunta. Y son una gran pregunta a la que hay miles de respuestas, todas válidas aunque, tal vez, ninguna cierta.
Como es lógico, una pregunta tan trascendente ha servido para llenar miles de páginas de centenares de libros de filosofía, teología, psicología, sociología, historia, matemáticas, cosmología, astronomía, ciencia ficción, novela… y muchas más fórmulas y temáticas que podrían alargar este párrafo más que los listados de “El péndulo de Focault” de Umberto Eco o las cartas de la princesa del “Bizancio” de Ramon J. Sender, pero que nos aportaría exactamente la misma monótona vaciedad inútil.
Algunos, los más espabilados, ya se han dado cuenta de que responder a esta gran pregunta exige mucho esfuerzo y el resultado, además de indemostrable, es igualmente inútil. Por eso han puenteado la lógica modificando esa pregunta esencial por otra más práctica: ¿Qué puedo sacarle yo a la vida?
No vayan a creerse que esta pregunta si es sencilla de responder, lo que sucede es que el que es capaz de saltarse la anterior y pasar a esta ya sabe lo que quiere realmente: lo quiere todo. Y para tenerlo todo sólo hace falta una cosa: poder.
Hablando de poder o poderes, los hay de muchos tipos: económicos, políticos, militares, religiosos, judiciales… pero entre todos hay uno que destaca más que los demás: el poder de los medios de comunicación.
¿Se han preguntado alguna vez cuánto cuesta un anuncio de televisión? Pues allá por el 2007, cuando TVE aún competía en este terreno, poner un anuncio de 20 segundos en pantalla podía variar mucho. Desde unos 200€ a las 8:00AM en Cuatro, hasta los 45.000€ del horario de máxima audiencia en Tele 5. Hay que decir que ninguna de las cadenas nacionales ofrecía su mejor horario por debajo de los 3000€. Como es lógico, una campaña con posibilidades no la constituye un solo anuncio a una hora determinada, sino una treintena de los mismos, con, al menos, seis o siete en el horario más caro. Todo esto repetido para todas las cadenas nacionales.
Por supuesto, el anuncio tiene que estar bien hecho y vender correctamente el producto. Sin contar que, para no cansar a los espectadores, deben hacerse tres o cuatro anuncios diferentes y relacionados. Y no nos olvidemos que el tipo de anuncio deberá estar basado en los resultados obtenidos de un estudio de mercado realizado anteriormente para evitar perder esfuerzos en intentar vender el producto a quien, de todas formas, no lo iría a comprar.
Entre pitos y flautas ya os garantizo que una campaña de lanzamiento de unas dos semanas, no bajará de los tres millones de euros. Y… ¿quién puede pagar esas cantidades? Sólo grandes empresas que piensan vender grandes cantidades de ese producto, pues sólo mediante la venta del mismo podrán pagar toda esa publicidad. Así que, al final serán los que adquieran el producto los que pagarán no sólo a este, sino también a los publicistas, las actores, los guionistas, los cámaras… y también a las emisoras de televisión que podrán financiar su parrilla con ese dinero.
Las grandes cadenas de televisión reciben millones cada día en concepto de publicidad y parte de ese dinero sirve para pagar sus propias producciones y comprar las de otras productoras. Así mismo, las televisiones también pueden comprar los partidos de fútbol de un equipo determinado. Así pues vemos programas en televisión porque las pagamos mediante los productos que adquirimos en las tiendas y se han anunciado en esas cadenas. Así que las empresas publicitarias, en último término, pueden decidir qué programas se ven y cuáles no. Por supuesto, ya sabemos que las cadenas de televisión acuden a unas empresas que dicen que programas interesan más al público y cuáles no, en lo que se denomina el “share” de pantalla. A mayor share, más interés de las empresas publicitarias y mayor precio por segundo de pantalla. Así que estas empresas de control de audiencias son las que, en último término, deciden que programas se ven. El hecho de que la credibilidad de las mismas siempre esté en entredicho es algo que hace sospechar sobre la posibilidad de que estén manipulando las programaciones y, por tanto, lo que llega hasta nuestros ojos.
Es posible que pensemos que esto no tiene ninguna trascendencia, pero cuando encendemos el televisor y, a pesar de la enorme cantidad de canales que existen hoy en día, no hay ninguno donde podamos ver un programa interesante, tiene sus consecuencias. La primera de ellas es que terminamos viendo el programa que creemos menos malo y la segunda es que subliminalmente nos están vendiendo un ideario político.
¿De verdad no se lo creen? Pues si tienen algún disco duro capaz de grabar de la TV u otro medio, como los antiguos videos VHS, graben los telediarios de todos los canales posibles, un día cualquiera. Se sorprenderán viendo como cada noticia tiene un significado diferente para cada uno de ellos. Es más, habrá noticias que sólo se verán en uno de ellos y se les dará una trascendencia que sorprenderá comparativamente con la indiferencia que le dedican los demás.
Bueno, no hacía falta llegar a molestarse con lo de las grabaciones. Los periódicos en papel ya son un buen ejemplo de esta realidad. Las noticias no se nos cuentan como tales. La información no se nos sirve sin más, todos los medios de comunicación la venden vestida sutilmente (o en ocasiones no tan sutil) con los colores de su ideología.
Puede parecer que el resto de programación no sea susceptible de llevar estos harapos, pero no es así. Hay emisoras que se pasan el tiempo metidos en programas de insustancial debate amarillo donde se dejan sin contestar las más trascendentales preguntas de la actualidad. También hay programas de humor donde se cargan las tintas precisamente en aquello que nos han intentado esconder. Así que ya sea Manolo Lama, Belén Esteban, María Patiño o Andreu Buenafuente, todos nos están vendiendo un ideario político (por remoto que parezca) y una moral. Así que los señores del share deberán tener mucho cuidado en como valoran estos programas de gran interés ideológico para las cadenas.
Alguien puede dudar ahora de la existencia de un pacto entre publicistas, controladores de audiencia y cadenas de televisión. Entre todos están cortando una tarta donde se oculta el relleno de poder más importante de un país. Y si no, por qué se critica tanto el control de los medios de comunicación que está realizando Chávez en Venezuela.
Sin lugar a dudas el pastel más importante es el poder político, pero hay más… el “deportivo”. Y las comillas no son un despiste, porque cuando hablamos de fútbol, de la “Liga de las estrellas” y hablamos de la cantidad de millones que se mueven en ella, lo de deporte parece una broma.
El fútbol depende de la televisión y de la publicidad más que ninguna otra cosa, sino como piensan que don Florentino puede financiar su astronómica galaxia ¿Recuerda cuando dijo que financiaría la compra de Cristiano Ronaldo con la venta de camisetas? Si nos ponemos en plan abusón, una camiseta puede costar 100€, de los que sólo unos 70 serían para el club en concepto de merchandising. Haciendo números redondos, supondrían más de un millón de camisetas. Cuesta creer que sea viable esta financiación. Si tomamos el estudio de la sociedad alemana Sport+Mark publicó en 2008, el Real Madrid cuenta con unos 45 millones de aficionados en el mundo, de ellos sólo un 1% pueden permitirse el comprar una camiseta cada año, lo que quiere decir que, aún con el abuso de precio, se tardaría unos tres años en financiar ese fichaje. Como además se tendrán que pagar los intereses bancarios del préstamo solicitado para ello, puede alargarse a cuatro años, siempre y cuando no se fichen más jugadores, cosa que no es así. Si esto no fuese suficiente, el Real Madrid ha bajado en los últimos dos años en aficionados internacionales a favor del FC Barcelona que ya supera los 75 millones de aficionados por menos de 40 el Real Madrid. Todo eso afecta al merchandising y nos dice claramente que, aunque es una magnífica vía de ingresos, es demasiado voluble para confiar en ella.
Por supuesto, todos los clubs cuentan con el dinero que sus socios y aficionados pagan por los abonos y las entradas. Estas si son unas cifras estables y, aunque Barça y Madrid, dado el tamaño de sus estadios, son grandes cantidades, siguen siendo insuficientes para pagar fichajes y salarios de plantillas tan virtuosas.
Nuevamente la publicidad termina siendo el recurso que salva la economía de estos clubs. Y lo hace por tres vías: los contratos directos de publicidad (camisetas, vallas, anuncios…), cantidades pagadas por las competiciones europeas (liga de capeones, UEFA league) y los derechos de imagen que pagan las cadenas de televisión… gracias a los anuncios que estas ponen durante la retransmisión de los partidos. Y esta última es la fuente de ingresos más importante que reciben los clubs. En ocasiones estos clubs también pueden ganar pequeñas cantidades en comparación con lo ya citado, con partidos amistosos o alquilando su estadio para finales de competiciones o para eventos musicales.
Es decir, que los grandes clubs también dependen de las grandes cadenas y, por tanto, también son susceptibles de ser manipulados por estas. Aunque, lógicamente, los clubs también gozan de un amplio margen, pero sin poder evitar ataques mediáticos como el que sufrió Ronaldinho por parte de los medios “afines al Real Madrid” y que terminó minando su confianza. Parece difícil de creer, pero los medios de comunicación pueden influir en la imagen de jugadores y clubs y, en ocasiones, hasta en los juicios del colectivo arbitral.
Piensen ahora, cada vez que vean uno de esos inocentes anuncios de Coca Cola, que, tal vez, ellos estarán decidiendo quién ganará la próxima liga o, incluso, quién será el próximo presidente del gobierno.
Puede que los medios de comunicación en general y la publicidad en particular, nunca nos pueda decir cuál es el sentido de la vida, pero continuamente nos empuja hacia el sentido que consideran adecuado para el transcurrir de nuestras vidas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El apego a la tierra como fórmula económica.


Siempre hemos comentado que España tenía el paro como una enfermedad endémica de su sociedad, pero hemos dicho muy poco de la capacidad que tiene esta sociedad para soportar, sin grandes rupturas, unos índices de paro muy superiores a lo que supondría el fin para países teóricamente más evolucionados como Alemania, EE.UU. o Japón. Aunque cueste creerlo, el gran apego de los españoles a su tierra, a su casa y a su familia, son la razón de algo que algunos ya sospechan como un milagro económico.

Históricamente España ya ha sido un país donde unos pocos producían para una enorme cantidad de capas sociales que constituían, sobre todo, las famosas manos muertas. Con esas premisas, la sociedad española se vio obligada a generar estructuras que permitieran la supervivencia de las familias. En el pasado, en una misma casa subsistían varias generaciones que, con una especialización interna, se apoyaban unas a otras. En cada zona del país adquirieron unas características propias para adaptarse a su entorno y al momento histórico.

Entre los siglos XVII y XIX aparece un flujo individuos que se desarraigan de sus familias para correr aventuras por las colonias americanas. Muchos de ellos se quedarán allí, pero tras la independencia de muchos de aquellas colonias, también son muchos los que regresan. El siglo XIX pudo, en este aspecto, ser muy malo para el Estado que tuvo que aprender a hacer sus cuentas sin el dinero que representaban estas colonias, pero no fue así para la sociedad. Muchos de los que regresaron de “hacer las americas” volvían con algo de dinero en el bolsillo, pero, ante todo, con un espíritu de innovación y de negocio que permitió cambiar la sociedad. Estos eran los indianos. Muchos de ellos montaron negocios que pudieron funcionar o no, pero que durante algunos años emplearon a otros individuos cambiando la orientación de nuestra sociedad.

En los libros de historia, cuando llegamos al siglo XIX siempre nos fijamos en los fenómenos políticos y olvidamos el posible sentimiento de un pueblo que vivía, en realidad, muy alejado de los esfuerzos de sus mandatarios por aprender a vivir en una nueva sociedad. Así, mientras las ciudades se transformaban, el país se metía en guerras perdidas de antemano como la de Filipinas, Cuba y Marruecos (esta ya en los comienzos de siglo XX).

Cuando se acababa el impulso dado por los indianos y aumentaban las corruptelas de los políticos. Las nuevas grandes urbes como Madrid, Bilbao, Valencia y, sobre todo, Barcelona, se convertían en un farolillo encendido para aquellos que se habían quedado sin tierras y pasaban hambre. De momento la emigración no era grande, pero cuando lo hacían eran familias enteras. Al llegar Primo de Rivera al poder y dar más fuerza a los terratenientes, la emigración se disparó, hasta llegar a un momento en que las ciudades no podías dar más trabajo.

La República trato de solucionar el problema endémico que suponían los terratenientes en el campo y de crear viviendas baratas para los emigrados en las ciudades. No tuvo tiempo suficiente de llevar a término otra vez su problema porque la guerra civil barrió de un plumazo todo lo conseguido.

El fin de esa guerra supuso el mayor éxodo de la historia de España. También la mayor destrucción de familias. Los esquemas originales de la sociedad española estaban rotos, pero, una vez más, la capacidad de adaptación de la sociedad a las circunstancias más miserables, reestructuró estas instituciones para adaptarse a la dictadura franquista. Sobre los años 50 empezaron a aparecer grandes centros de producción en las ciudades que arrastraron de nuevo a miles de ciudadanos del campo a la ciudad. La vida en el país era miserable, así que no fue extraño ver en una casa de 30m2 habitada por hasta 15 miembros de una o varias familias.

La vida era cara y los sueldos bajos, no todos eran capaces de emplearse, pero algunos lograban más de un empleo. Dentro del núcleo familiar el que no lograba empleo fuera lo hacía faenas en casa o incluso negociaba con casi cualquier cosa: chatarra, animales, tabaco extraído de colillas, productos ilegales o sacados de los economatos del ejército y la policía… No era raro encontrar casas donde todos los niños trabajaban en alguna fábrica mientras el padre trapicheaba con artículos sacados de los vertederos de basura. Fueron tiempos difíciles donde unos vivieron mejor que otros, pero donde nacieron unas estructuras familiares que hoy sustentan nuestra economía.

Los tiempos mejoraron y los empresarios hicieron lo posible por intentar arrastrar a los individuos lejos de sus familias para hacerlos vulnerables. Posiblemente de haber durado algo más el franquismo lo hubiesen logrado, pero llegó la democracia y estos intentos antinaturales de una vieja patronal corrupta sirvieron de excusa para oleadas de huelgas que sacudieron el país y, por primera vez en mucho tiempo, crear una estructura social no lesiva contra las familias.

A comienzos de los ochenta los derechos de los trabajadores españoles empezaron a parecerse a los de los trabajadores europeos y nuestra economía, a pesar de ello, crecía como ninguna. No obstante fueron muchas las empresas que quisieron coger atajos que tarde o temprano terminarían por dañar al resto de la sociedad. Sin embargo, a pesar de los momentos de bonanza, el paro en nuestro país no se esfumó, porque tenía un sustrato endémico inevitable, pero las cosas iban bien. Y pudieron ir mejor cuando en 1992 se juntaron Expo de Sevilla, Olimpiada de Barcelona y año cultural de Madrid. La respuesta tenía que haber sido el pleno empleo, pero el empresariado español estaba metido en el tren del pelotazo y trajeron trabajadores de Irlanda y Polonia para abaratar costes. Muchas pequeñas empresas notaron el error durante el mismo año 92, pero la crisis fue declarada en el 93. Fue Solchaga el que cometió el primer gran error promulgando una ley de huelga en la que se imponían servicios mínimos sin control y sin contraprestaciones para los trabajadores. Desde el instante en que se publico en el BOE hasta hoy se han perdido más de la mitad de los derechos que los trabajadores tenían. La gran mayoría entre el 2000 y el 2004.

A pesar del desastre, las familias aguantaron la situación y en los últimos catorce años, gracias al boom del ladrillo, hemos disimulado que éramos un país con paro endémico y aún nos hemos permitido el lujo de contratar una masa trabajadora extranjera que casi duplicaba la propia.

Al final ha llegado otra de esas crisis gordas y se ha destapado nuestra realidad y, de nuevo, muchas familias se están sosteniendo por la base de sus estructuras, aunque más débiles que nunca. Desgraciadamente nuestros políticos, lejos de darse cuenta de cuál es la realidad de nuestro país, se prestan a tomar las mismas medidas neoliberales para atacar esta crisis. Unas cataplasmas que han funcionado con reparos en otros lugares, pero que aquí, dada nuestra idiosincrasia, pueden suponer el final de nuestras bondadosas estructuras sociales.

Ahora se pretende alargar la edad de jubilación hasta los 67 años cuando nuestro país nunca ha querido emplear a los mayores de 45 años. Por si eso fuera poco, se permite el despido por coger demasiadas veces la baja, aun a sabiendas que después de los 55 años casi nadie se puede sostener en pie correctamente debido a la dureza de años de esfuerzo. Excusas baratas de un empresariado que ha perdido su capacidad innovación y de compromiso social y de unos políticos irresponsables vendidos a las ideas del neoliberalismo que, dicho de paso, es el padre de todas las crisis.

Ese neoliberalismo que hace vivir a un norteamericano en un autocaravan para poder aceptar un trabajo allí donde se produce. Llevando a su mujer y a sus hijos de estado en estado y de colegio en colegio, con un desarraigo total por su tierra y la incapacidad total de adquirir unos conocimientos adecuados para salir de esa espiral de mala vida. Sí, ese neoliberalismo se va imponiendo en cada reforma laboral, en cada paquete anticrisis, para desarraigarnos de nuestra tierra y de nuestras familias para acabar con… un paro endémico que es en realidad nuestra última barrera para salvaguardar nuestra verdadera economía social. Y la próxima vez que aumente el paro ya no habrá medidas que aplicar, porque estas se hacen sacando un recurso antiquísimo que ha crecido en nuestras familias y que está a punto de agotarse. Cuando el hombre pierde el arraigo a su tierra y a su familia pierde el orgullo y pierde la capacidad ser el mismo. A partir de ese instante es capaz de todo y nada, porque ya no tiene ninguna protección, pero su vulnerabilidad lo es a un tiempo del país que lo acoge tanto como del que deja.

Pero cuál es el mecanismo del arraigo para salvar la estabilidad social. A mediados de los noventa, la Unión Europea envió a sociólogos y economistas a estudiar esta evidencia de nuestro país. Nunca hubo una publicación conjunta de conclusiones porque no lograron ponerse de acuerdo, sin embargo, a lo largo de estos párrafos ya hemos desvelado algunas de las más importantes razones. Si añadimos que cuando una persona se encuentra en su ambiente y rodeado de los suyos es capaz de soportar mejor, física, económica y psicológicamente, las malas épocas, y que, además, las familias y allegados acostumbran a formar un núcleo solidario, ya tenemos la ecuación completa.

Tal vez deberíamos recurrir a la UNESCO para pedir ayuda en la salvaguarda de este modelo tradicional de familia que tiene muy poco que ver con el que defiende la iglesia o el PP, mucho más basado en los lesivos cortes neoliberales.

Imagen tomada de http://derecho.laguia2000.com . Los Simson, una crítica de la sociedad y la familia americanas con la que, en demasiadas ocasiones (cada vez más) nos sentimos identificados. Vemos que los únicos familiares cercanos son las gemelas hermanas de la esposa que siempre que ayudan lo hacen minando al matrimonio y el padre del marido, que fue desterrado a un asilo después de pagar la casa en que viven. Un perfecto ejemplo de solidaridad familiar.

lunes, 16 de agosto de 2010

Liberalismo clásico versus neoliberalismo (más)




El Taylorismo ha vuelto a la gran empresa actual, cosa que era de esperar. Como explica Noah Chomsky, los actuales liberales nos están vendiendo la moto. Adam Smith, teórico padre de la teoría liberal (por lo menos si lo es de la economía tal y como la entendemos), nunca aceptó cuestiones como el trabajo en cadena. Para Smith el obrero era un artesano cuya felicidad era primordial para el mercado ¿Verdad que no parece un concepto, el de felicidad, muy neoliberal? Taylor y Ford modificaron ese concepto y la escuela de Chicago se encargó de inventar una nueva teoría liberal donde los individuos ya no contaban, sólo las empresas. Chomsky nos habla del ejemplo de Wilhem von Humboldt, aclarándonos que este padre del liberalismo clásico es muy admirado por los “conservadores” porque no lo leen. Humboldt decía que si un trabajador produce un hermoso objeto bajo pedido, podrás “admirar lo que el trabajador hace, pero rechazarás lo que es”, porque en realidad no se está comportando como un ser humano, sino como una máquina. Y Chomsky insiste en que este es un concepto que recorre todo el liberalismo clásico y nos da más ejemplos, no obstante creo que ya es suficiente para entender que el neoliberalismo económico actual se aleja del clásico en el factor humano. Pero, sin embargo, para justificarse, la escuela de Chicago y sus seguidores, siguen acusando de la paternidad de su actual aberración a esos santos varones del pasado.
Antes de proseguir con mis explicaciones quisiera dejar una nota más de Chomsky. La explicación que nos da sobre la edición de “La riqueza de las naciones” que realizó la University of Chicago Press para conmemorar el bicentenario de Smith. Así nos explica como en la introducción realizada por George Stigler se opone al texto de Smith párrafo a párrafo. Está claro que esta edición, como también otras de la obra de Adam Smith, puede ser objeto de culto por parte de los liberales, pero de culto no quiere decir  de lectura. La obra restará mostrando su autoridad en cualquier visible estantería para otorgar razones a su dueño más allá del texto. Ahora bien, cualquiera de los que se autodenomina liberal dejaría de hacerlo si hubiese realmente leído la obra del gran padre. “La riqueza de las Naciones” solo es su biblia a la hora de apoyar su perjuro argumentario.
Pero, si el liberalismo clásico dijo lo que dijo, por qué lo hizo y, por qué los neoliberales no lo escuchan. La respuesta es, otra vez, el factor humano.
Para Smith los mercados eran lo más importante del sistema económico. Sabía que estos podían autorregularse siempre que no se les pervirtiera, para ello la felicidad de los individuos, tanto como los objetivos económicos, eran importantes. El neoliberalismo somete lo primero a lo segundo y además crea grandes empresas que pueden modificar los objetivos de esos mercados. Esa es una de las razones de que los productos que podemos encontrar hoy día sean menos satisfactorios que en el pasado. Las tecnologías han mejorado, pero los productos que hoy se venden se estropean antes o, en el caso de los alimentos, tienen menos sabor y variedad. Los mercados actuales han creado unos estándares de imagen fáciles de conseguir para las empresas, pero insatisfactorios para los adquiridores que, al no tener nada mejor que compita con ellos, se ven obligados a comprarlos. Los mercados están pervertidos.
Pero si los mercados están pervertidos (en más niveles de los aquí tratados) también lo están los sistemas de producción.
A principios del pasado siglo, Frederick Winslow Taylor, revolucionó los sistemas de producción con un análisis exhaustivo y científico de los métodos de producción empresariales que permitiese la mayor productividad. Sus fórmulas permitieron despedir a cuatrocientos empleados de una empresa de quinientos y, aún así, doblar su producción… ¿Suena?
Afortunadamente el fuerte movimiento sindical de la época en EE.UU. Consiguió frenar estas prácticas que mostraron muy rápidamente una elevada desmotivación de los trabajadores febriles de la época. De esto, como de la cantidad de suicidios acaecidos en las primeras factorías de Ford, no cuentan nada los actuales neoliberales que se han infiltrado en las empresas modernas de hoy. La gran diferencia es que hoy no se trata sólo de aumentar la productividad, sino de justificar los elevados salarios con que una excesiva cúpula ejecutiva grava a las grandes empresas de hoy. Ejecutivos que se libran de su responsabilidad civil, penal, económica y moral en la evolución de la empresa, del futuro de sus trabajadores, la inversión de sus accionistas y sus implicaciones con el resto de la sociedad.
Hay que concluir que el liberalismo clásico estaba al margen del capitalismo y el monetarismo con el que el neoliberalismo se ha contagiado y que, si no nos libramos de esas lacras, con los problemas sociales, económicos y ecológicos que generan, podemos acabar con la sociedad actual e incluso con la vida en el planeta.
Por desgracia el poder de estas superempresas multinacionales que dominan el juego internacional y a los gobiernos estatales, han doblegado a todas las asociaciones de trabajadores y corrompido las estructuras sindicales para que nadie se les pueda enfrentar. Guerras, terrorismo, xenofobia, nacionalismos, contra nacionalismos, fanatismos religiosos… los neoliberales en el poder han encontrado un millón de fórmulas y lacras capaces de sangrarnos, desunirnos para que no podamos enfrentarnos a su poderosa maquinaria de explotación que ha perdido sus objetivos. Porque si tienen el poder y tienen el dinero ya lo tienen todo, aún siguen asfixiándonos un poco más cada día.
Así pues, aunque no voy a pedir a nadie que deje sus reivindicaciones identitarias, que son las bases de los individuos y de los pueblos, si voy a pedir que se dejen de lado frente a la lucha contra estas multinacionales que se han adueñado de nuestras vidas desde dentro y desde fuera.
Aún no sé muy bien cómo, pero está claro que tenemos que encontrar fórmulas que nos permitan elegir sobre nuestras propias vidas.

sábado, 24 de julio de 2010

Economía prehistórica

El sol apenas ha empezado a despuntar entre los picos del este, cuando uno de los rayos ilumina a todos los cazadores del poblado cromañón del valle alto, a la puerta de su cueva principal. Hoy es día de caza y su presa uno de esos mamuts rezagados que aún no se han perdido detrás de la gran barrera de hielo.

Al caer la tarde el poblado estará alegre porque la caza habrá sido propicia. Uno de los mayores ejemplares habrá sido descuartizado y repartido entre el medio centenar de miembros que componen el grupo. Los trozos de carne han sido metidos bajo la nieve para su conservación. Hay carne para semanas, pero no sólo de ella se va a alimentar el poblado. Las mujeres ya han empezado a recoger bayas, raíces y hierbas comestibles de los lugares en que la nieve se retiró. Pero pronto se habrá retirado de todo el valle y tendrán que buscar su capacidad de conservación hacia los aristados picos montañosos.

No es buena idea guardar toda la carne. Con ella cerca del poblado siempre se pueden mantener un par de hombres vigilando para que no se la lleven las alimañas, pero lejos, en los cerros, eso no es viable. Antes de que llegue el verano hay que hacer algo útil con el excedente de carne.

En la cueva negra ya están ahumando las partes lisas del gigante mamut, Pero no todas las piezas son susceptibles de ese tratamiento. Además, con dos o tres ejemplares ya hay carne ahumada para todo el invierno. Sigue sobrando mamut que no es precisamente la carne más sabrosa. Durante el verano los cazadores darán con piezas más sabrosas: ciervos gigantes, jabalís, cabras montesas, aves corredoras y deliciosos lagartos. Demasiada carne para sólo una cincuentena de personas. Pero ya hace un par de años que el colectivo ha encontrado una solución muy interesante. A la mañana siguiente, una docena de hombres y un par de mujeres jóvenes, emprenden un viaje hacia el valle inferior con sus excedentes cárnicos. Allí hace semanas que el verano ha bañado de calor a la flora y la fauna, y otra comunidad humana, más numerosa aún que la suya, se ha adaptado a aquel otro hábitat. Para los cromañón del valle inferior la carne de mamut es una delicatesen por su exotismo. En la prehistoria unos pocos kilómetros podía considerarse una gran distancia y los viajes podían resultar peligrosos, pero en este caso también podía ser muy fructífero.

Las mujeres, aunque jóvenes, dirigirán los trueques entre ambos pueblos, sin embargo, las decisiones finales dependerán de los dos líderes. Casi seguro hombres.

Este año, además de la carne fresca también han llevado mamut ahumado. Aunque es el sobrante del anterior invierno, no supone un hándicap para los intercambios. Por su parte, en el poblado inferior también poseen productos para comerciar que no son comida. De hecho es un pueblo que tiene facilidad para comerciar con muchos otros y han llegado hasta allí unas maravillosas hachas de sílex y unos estupendos cuchillos de obsidiana que formarán parte de los intercambios. Igualmente, la mayor parte de la carne de mamut que ahora conseguirán, tomará el camino comercial hacia otras comunidades, por eso los ahumados van a ser muy apreciados.

El pueblo del valle inferior parece gozar de una vida muy cómoda. Por lo menos esa es la idea que trasmitirán los viajeros del valle superior cuando regresen a su poblado. Pero ellos no se han fijado en una casta nueva que se han visto obligados a crear: los soldados. La aparente riqueza de la que gozan es el objetivo de grupos nómadas y otros poblados hambrientos que no tienen con qué comerciar y que no dudan en atacar, siempre que pueden, para arrebatar parte o toda la riqueza que poseen.

Hace entre 25.000 y 50.000 años, el hombre de cromañón lucho por su supervivencia en un mundo hostil. Cada comunidad buscó sus propias soluciones, pero, sin duda, la capacidad de pasar a ser un grupo sedentario en lugar de una comunidad nómada, cambió la concepción económica de la supervivencia. Porque si bien la naturaleza de aquella época era más productiva, también era más peligrosa y el comercio entre comunidades podía aumentar su efectividad.

Hoy los expertos opinan que el comercio pudo alcanzar grandes distancias. Por lo menos se han encontrado útiles muy similares a distancias igualmente grandes. Esa sería la justificación, pero nadie puede negar que ese comercio pudiera evolucionar de comunidad en comunidad para hacer viajar a los objetos del comercio mucho más que a las personas.

Nadie cree que aquel comercio utilizara el dinero, sin embargo hay que diferenciar entre el comercio de productos perecederos (la mayoría) y no perecederos. De hecho, estos últimos, en muchas ocasiones podían llegar a ocupar el lugar del dinero. Colgantes, herramientas, pequeñas joyas, amuletos, sustancias dopantes… muchos pueden ser los objetos que podían llegar a adquirirse, no para consumo, sino para utilizarlos en futuros trueques. Eso ya eran, de algún modo, monedas de cambio. Aunque hay que tener claro que un pueblo que se especializara en el comercio del trueque, para sobrevivir debía conocer muy bien las preferencias y necesidades de sus vecinos. Además, de tanto en tanto no debía descartar que algunos de sus elementos viajaran lejos para hacerse con artículos lo bastante exóticos para generar un deseo ventajoso. Así mismo, una fuerte actividad comercial implicaría la creación de “envidias” en el entorno que obligaría a crear una casta guerrera para su supervivencia.

El comercio, pudo ser en origen algo temporal, pero allí donde apareció obligó a cambios sociales muy radicales.

lunes, 19 de julio de 2010

Nacimiento de la economía social: aparición de los mercados.


La sociedad evoluciona cuando se supera la economía de subsistencia y se logra un excedente para comerciar. Pero con un solo individuo que logre esos excedentes no es suficiente, porque para comerciar deberá pagar más de lo que valen por todos los productos, dado que los demás sí necesitan toda su producción si aún no poseen excedentes. Por tanto, el comercio podrá empezar cuando más de un individuo obtenga excedentes y, además, deberá ser de productos diferentes.

Esta sería una situación de mínimos para que se iniciara el comercio, pero aún no sería suficiente, porque si uno de los productores no desea el producto del otro tampoco podrá consumarse ninguna transacción.

Así, pues, para estar seguros de que se realicen intercambios comerciales, deben existir una cierta cantidad de excedentes y también una cierta variedad en los mismos, pero, además, repartidos entre diferentes productores.

Nuevamente parece que tenemos todas las garantías de que se iniciarán los procesos comerciales, y nuevamente nos equivocaremos... hace falta algo más. Hacen falta los medios y voluntades necesarios para el intercambio.

Imaginemos que el excedente de un agricultor está constituido por una sandía de cuatrocientos kilos. Esta sandía, por su peso, necesita de medios poco comunes para ser sacada del campo de cultivo y llevada a un lugar de mercadeo (digamos directamente un mercado). El dueño debe publicitar su producto para que llegue a oídos de un interesado. Sin embargo, es probable que, aunque muchos deseen adquirir sandía, cuatrocientos kilos, en una sola pieza de esa fruta, resulten excesivos. El agricultor, seguramente, deberá venderla en trozos, pero tendrá que lograr que los posibles compradores se pongan de acuerdo, si el reparto se demora, la sandía que aún no se ha repartido perderá características e incluso podría llegar a estropearse. Digamos que una sandía de cuatrocientos kilos, por interesante que nos parezca en otros aspectos, no es un buen negocio en la economía que acaba de superar la etapa de subsistencia. Sin lugar a dudas el agricultor hubiese podido ganar mucho más con un excedente de cuatrocientas sandías de un kilo que por esa monstruosa sandía del mismo peso en total.

Por tanto tenemos que ser conscientes de que las primeras economías de transacciones directas tenían unas necesidades, unas reglas y unas limitaciones que no permitían según que cosas, pero también que ya significaban una mejora en la vida de los individuos.

Está claro que el primer comercio establecido se basó en el trueque uno a uno, pero que, sin duda, se fue sofisticando y llenando de reglas que tendían a beneficiar a toda la sociedad. Aunque, conociendo les debilidades humanas, en más de una ocasión esas reglas pudieron degenerar para dar ventajas comerciales a determinados individuos.

Una de las consecuencias lógicas de los primeros mercados fue la de orientar a muchos individuos en la especialización de parte, o toda, su producción para obtener el resto de productos necesarios con ventajas. Dado que quien acertara con los excedentes más apetitosos sería el que lograría los intercambios más favorables, cabría pensar que unos podrían llegar a vivir mejor que otros y, es posible, que algunos no alcanzaran los mínimos para su subsistencia. Así, aunque los excedentes podían suponer una ventaja para todos, era necesario planificarlos adecuadamente porque, de lo contrario, el aumento de complejidad social que significaba el nuevo comercio, podía empobrecer a los menos aptos. Visto así, la economía de subsistencia era mejor para algunos individuos que esta nueva modalidad. La solución a este problema era poner reglas a los mercados ya que, egoístamente hablando, algunos de esos productores empobrecidos, lo eran porque no sabían comerciar, cuando, sin embargo, podían ser unos magníficos productores. Por otro lado, algunos comerciantes avispados podían producir muy poco o nada, y lograr toda su riqueza en las habilidades para llevar a cabo sus transacciones. Es decir, se enriquecían sin aportar nada a la sociedad. Como los productos no crecen solos, quiere decir que muchos productores, que eran útiles socialmente perdían mientras esos comerciantes, inútiles para la sociedad, ganaban. Entre uno y otro hay una serie de transacciones descompensadas que deberían regularse, pero... ¿cómo?

Los diferentes pueblos de la antigüedad, antes y después de la aparición del dinero, buscaron soluciones que moralizaran los mercados. Esas soluciones eran locales, como el valor de los productos...

Si el valor de los productos es local, un buen mercader debe conocer que producto es más apreciado en cada lugar y cual supone el excedente mayor de los mismos. Transportar los excedentes de un lugar a otro puede suponer un beneficio adicional para el mercader, pero también es útil a los pueblos, pues permite la especialización según los productos más adecuados para cada área y la posibilidad de obtener otros que allí no se producen en adecuada cantidad. Aquí los comerciantes se hacen necesarios para el desarrollo.

Sin embargo, en esos primeros tiempos, los comerciantes eran individuos con una clara afición por la riqueza (eso no ha cambiado, pero ya veremos en su momento que eso puede ser hasta positivo) y su moral, en el momento de llevar a cabo sus transacciones, se podía relajar mucho. Así que, por lo general, no debían ser individuos muy queridos, pero sin duda se habían vuelto necesarios. Así que su riqueza, su conocimiento de las debilidades humanas y su necesaria asociación con los poderosos, pudieron protegerles de las posibles desgracias.

Conforme avanzaban las sociedades, los comerciantes y mercaderes también terminaban por especializarse. Allí donde alguien descubriese una forma de ganar, aparecía un comerciante para llevar a cabo esa proeza.

Uno de los tipos de comerciantes más peculiares eran los que vendían dinero. Más correctamente lo prestaban. Eran individuos que se habían enriquecido más que otros y daban cantidades de dinero extra a algunas personas para cubrir una necesidad o realizar un negocio, pero bajo la promesa de devolver una cantidad superior o un producto de mayor valor en el mercado. Por extraño que parezca, cuando estos individuos se hicieron grandes de verdad y empezaron a prestar dinero a los estamentos políticos, la economía y la política dieron un salto adelante.

Ya hemos explicado que la imperfección de los primeros mercados estaba ligada a la avaricia de unos individuos determinados. No quiere ello decir que los demás usuarios de ese mercado no fuesen avaros, pero no eran lo bastante poderosos para desnivelar los mismos. Por supuesto, este tipo de avaricia perjudicaba siempre a los menos dotados y, desde un punto de vista del liberalismo actual no existía ninguna imperfección en esos mercados más allá de su reducido tamaño. Según esas teorías las únicas regulaciones necesarias eran las que permitían transacciones limpias (sin estafas) y las que debían compensar el bajo nivel de transacciones que se llevaban a cabo.

Con todo esto, no es de extrañar que, cuando Aristóteles definió las dos vertientes de la economía, en su libro “Política”, tratara como algo muy negativo y corrupto todo lo relativo a las transacciones comerciales. Algo que calaría siglos después en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, que definiría la usura. Es, seguramente, en ese momento cuando la iglesia católica prohibió los préstamos, considerándolos un grave pecado. Más tarde, cuando los reyes y Papas necesitaron de líquido para sus juergas y sus guerras, recurrieron a los mercaderes judíos, liberados de esa obligación de no prestar riquezas como negocio.

viernes, 21 de mayo de 2010

¿Son justos los ajustes de ZP?


Galleguizando la pregunta diría: ¿Cuándo es justo un ajuste presupuestario?

Con esta nueva pregunta queda respondida la primera, pero para los que no lo entiendan, especificaré diciendo que, no es justa, pero es necesaria. No obstante las primeros resultados de este ajuste serán necesariamente malos, de hecho el Gobierno ya rectificado sus perspectivas de crecimiento a la mitad (justo lo contrario de lo que ha hecho el FMI, lo que explica que sus informes tengan menos capacidad de acierto que Carlos Jesús de Raticulín, eso sí, influyen más en las reglas establecidas que las fases lunares).

Es evidente que ZP no quería tomar ese camino, pero las presiones externas le han obligado, de ahí que no haya emprendido, con tiempo suficiente, una labor pedagógica sobre el tema que reduzca el impacto de la crítica. En Alemania, por ejemplo, llevan tiempo anunciando la necesidad de esos recortes y reforzando las explicaciones con frases como que “los alemanes han estado mucho tiempo viviendo por encima de sus posibilidades”. Se supone que algo parecido hubiese tenido que llevarse a cabo en nuestro país, aunque creo que no hubiese tenido mucho valor decir que aquí también han estado los alemanes viviendo por encima de sus posibilidades durante mucho tiempo. Y si no que se lo pregunten a los mallorquines.

De todas las fórmulas planteadas, la única que se ha explicado debidamente es la subida de impuestos. Precisamente esa medida es la más protestada por el PP, el partido que aquí defiende el neoliberalismo más duro y, en último término, responsable de la actual crisis. Es obvio que la subida de impuestos ralentizará la economía y retrasará la salida de la crisis, pero hay cuentas que pagar, y las sucesivas bajadas de impuestos habidas en los últimos veinte años, han limitado la capacidad de regeneración de las arcas del Estado en “estados carenciales”. Dice la economía clásica que la bajada de impuestos aumenta la circulación de líquido, pero todo tiene un límite y, personalmente, yo también creo que ese límite se sobrepasó a comienzos de siglo.

Tampoco a mí me gustan las medidas tomadas, en especial las de largo recorrido como la subida de la edad de jubilación que me parece más que absurda y ya le dedicaré un artículo en otro momento (palabra). Pero lo que me preocupa no son las medidas tomadas, sino las que no se han tomado. Con las actuales fórmulas volveremos a pagar los de siempre los excesos de otros, así que era necesario echarle güebos y atacar a especuladores y directivos de empresas. También es necesario proteger el empleo encareciendo el despido (justo lo contrario de lo que demanda la desprestigiada Patronal) y abaratando el empleo (que es lo que hace falta de verdad). Sobre este tema, si hay alguien del gobierno interesado, estoy dispuesto a darles una gran cantidad de sugerencias que creo nos podrían sacar de la crisis mucho antes de lo esperado (incluso teniendo en cuanta nuestros graves problemas estructurales de nuestro país).

Es bonito decir “¿Qué pague la cris quien la generado?”. Todos estamos de acuerdo con esta frase, pero quién es el guapo que se lo hace pagar… ¿Tú? Así que no nos queda más remedio que apechugar con el marrón… otra vez. Lo que debemos exigir son garantías de que no nos la van a volver a dar con queso nunca más. Debemos exigir medidas que controlen los movimientos de los capitales en maniobras de especulación que desestabilicen la economía legítima y, sobre todo, que se protejan nuestras estructuras sociales adecuadamente. Todo esto, dicho así, parece muy ambiguo, pero si decimos que, antes de la crisis, no hubiésemos intentado evitar el reventón de la burbuja inmobiliaria y la hubiésemos roto nosotros, el suceso se hubiese producido con un entorno económico más favorable enganchando sólo a los especuladores (ver artículo sobre quiénes son los especuladores) y poco más. Hoy no tendríamos que lamentar el hacho de que muchas familias se estén quedando en la calle.

En resumen: lamentamos las actuales medidas más propias de un partido de derechas que de izquierdas, pero las aceptamos como necesarias. Eso sí, las creemos necesarias, pero insuficiente y, sobre todo, queremos unas garantías y seguros como únicos responsables de la recuperación. No es muy justo que se le pongan medallas al presidente de “Súper Banco” o “Súper Empresa” cuando ya se han forrado de billetes y luego no se nos valore a los ciudadanitos de a pie cuando pagamos la reconstrucción de la ruina económica que él ha creado para engrosar sus cuentas de las Islas Caimán.

Imagen tomada de http://castillaunida.files.wordpress.com/2008/11/zp.jpg

domingo, 9 de mayo de 2010

La corrupción de los mercados: "el especulador".


En momentos de crisis se hacen necesarios acuerdos entre los diferentes sectores de la sociedad. Nadie duda de que esta crisis ha alcanzado los niveles que ha alcanzado por culpa de unos sectores de la sociedad muy específicos y que, como de costumbre, va a ser muy difícil hacérselos pagar. Aún así hay que tomar medidas “contra” ellos (sí, he dicho contra) para que no se vuelva a repetir.

En esencia, los malos de esta película son los especuladores. Pero, ¿quiénes son los especuladores? Usamos el término de especulador muy alegremente, pero nunca somos capaces de ponerles cara y ojos porque descubriríamos, en demasiadas ocasiones, lo cercano a nosotros que es este individuo.

Hay muchos tipos de especulador. En general nos gusta pensar que este señor es extranjero y que trae su dinero aquí porque va a recibir grandes intereses con muy poco riesgo. Pensamos en los inversores de enormes áreas de casas ligadas a campos de golf, bloques de viviendas en zonas exclusivas de las grandes ciudades… Pero lo cierto es que ese inversor extranjero al que culpamos, no sin cierta razón, lo hace a través de los bancos prestando dinero a los banca de aquí para que invierta en cualquier oportunidad de beneficio que salga. Y ese dinero, en los tiempos de bonanza, formó parte mayoritaria de las hipotecas. La gran ventaja que ofrecía esta inversión en nuestro país es que, a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo, el impago no sólo implica la pérdida de la propiedad por parte del deudor (embargo y desalojo de la vivienda), sino que, además, parte de la deuda sigue pendiente aún.

Pero, dado que este inversor extranjero no actúa directamente sobre su inversión y que sólo hace que contratar un producto bancario que se le ofrece, resulta que no es el tipo de especulador al que nos referimos. Después de todo ¿quién está ofreciendo en realidad ese producto?: “La Banca”. Así pues, la banca es nuestro primer culpable, pero a un tiempo, como depositario del dinero y única institución habilitada para prestar el dinero que hace falta para salir de la crisis, también es una respuesta a la solución del problema. Ante el dilema que actuar “contra” la banca plantea, no es fácil tomar medidas.

En estos momentos la banca, una vez perdida la inversión extranjera, no dispone de suficiente líquido para prestar a las empresas que desean salir de la crisis. Por otro lado, muchos de estos bancos vendieron activos “lentos” al Estado para hacerse con un líquido que han invertido en adquisiciones fuera de territorio español (véase como Santander adquirió grupos financieros en EE.UU. y Reino Unido), lo que constituye un fraude a la economía de nuestro país. Por otro lado, los ejecutivos de esos grupos bancarios tienen salarios y retribuciones varias, muy salidos de los niveles racionares. Un dinero, el que cobran estos ejecutivos, que puede parecer pequeño frente al capital de la empresa, pero que es enorme frente a los salarios que se ahorran en despidos de su personal de base y que, en muchos casos, podría significar el préstamo que salvaría una o varias pequeñas o medianas empresas. Por tanto esos salarios, primas y demás retribuciones a ejecutivos, sobre todo en una época de crisis, resultan una inmoralidad. Esa es la razón por la que el estado pidió a finales del pasado verano su moderación. Moderación que la banca descartó de inmediato… y parece que no se puede hacer nada al respecto, tal es el poder de la banca en nuestro país.

De todas formas, la banca, por volumen especulativo, puede no ser el peor enemigo de la economía. Hay otro tipo de especulador más pequeño, pero que por su gran número es más importante. De cuantas personas no hemos escuchado que adquirieron propiedades inmobiliarias antes de la gran subida y las vendieron después con gran beneficio, o que ahora, aprovechándose de las necesidades de personas endeudadas, adquieren pisos a bajo precio para alquilar, especialmente a emigrantes (a los que se cobra por encima del valor del mercado) o por semanas a turistas “low cost”. Incluso, aunque parezca hipócrita porque es una fuente de inversión empresarial, que me dicen de los que invierten en bolsa y hacen saltar su dinero de oportunidad en oportunidad.

Realmente toda búsqueda del máximo beneficio es especulativa, la cuestión está en delimitar donde está la línea que separa el simple negocio de la amoralidad. Porque, aunque queramos creer lo contrario, todo movimiento de dinero tiene unas consecuencias que no deben ser obviadas y si lográramos unas transacciones más éticas, posiblemente no se lograrían tan grandes beneficios, pero se suprimirían gran parte de los peligras que llevan a una crisis o agravan estas.

sábado, 10 de abril de 2010

Expansión y punto (¡COM!)


Han leído alguna vez uno de esos periódicos económicos que rondan por ahí. Yo lo hago muy de vez en cuando. También de vez en cuando doy un vistazo a sus web’s y siempre me termino haciendo la misma pregunta: ¿a quién le interesan, de verdad, sus artículos?. Un poco para obtener respuesta a esa pregunta, leo los comentarios de los lectores a esos artículos y encuentro las mismas disputas de cualquier foro, pero un poquito descafeinados. Antes creía que eso era porque la gente era muy educada y tal… Pero hoy he descubierto porqué. Al querer hacer un comentario, en el artículo http://www.expansion.com/2009/02/06/empresas/1233959276.html , me ha salido este mensaje:
Expansion.com no admite insultos ni palabras ofensivas en los comentarios de los lectores.
Si quiere que el suyo se publique, por favor, reviselo. Gracias por su participacion.
Lo he revisado y a mí no me parece que posea insultos ni contenga palabras que puedan considerarse ofensivas. En cualquier caso, como no me apetece aceptar las censuras de nadie, he decidido publicar mi comentario en mi propio blog:
Hoy por hoy el hipermercado donde compro con más comodidad y donde encuentro la mayoría de los productos que busco es Hipercor. Posiblemente sea algo más caro que otros, pero también me llevo menos malas sorpresas con los productos adquiridos que al final modifican el precio final de forma considerable. Mercadona, en su día fue de los mercados que usé más, pero de un tiempo a esta parte se parece demasiado a Dia, donde cuesta encontrar demasiados artículos, lo mismo sucede con Lidl, que a menudo ofrece artículos de marcas desconocidas que unas veces salen bien y otras mal.
Vamos soy fiel al que me sirve como yo quiero. Carrefour, Lidl y Dia, no me dan bolsas y, como compro semanalmente, complican mucho mis compras, El Corte Inglés es demasiado caro (más que Hipercor aunque sean del mismo dueño), respecto a Eroski-Caprabo no me quedan cerca de casa. En Condis faltan muchos artículos y Bon Preu es muy lento.
Respecto a ellos se limitan, TODOS, a hacer sus estudios de mercado y seguir las políticas de venta que creen les van a hacer más ricos y en esas ecuaciones los empleados y los clientes son meros números. Decir que cualquier gran empresa (y esto es extensible a todo tipo de empresa sea del sector que sea) se preocupa de algo que no sea su saca es absurdo. Sí es cierto que algunas ofrecen ventajas a sus empleados, familias o clientes, pero también lo es que muchas fomentan fundamentalismos casi religiosos (aquí Mercadona y McDonals son claros ejemplos), nada que no se imagine como una ventaja en la máquina de hacer oro. Al final, para que los trabajadores obtengan muchos de sus derechos tienen que terminar en luchas obreras y en los tribunales. Igualmente, para que los clientes tengan lo que realmente quieren comprar deben ir con los ojos bien abiertos.
Que un supermercado tiene un dueño francés, americano o español, es totalmente intrascendente porque el dinero que circula sigue circulando y el que va a su saca sigue yendo a su saca y no a la mía... ¿Por qué tendría que preocuparme entonces la nacionalidad de sus propietarios? ¿Se preocupan ellos de la mía o sólo les importa mi dinero?

jueves, 8 de abril de 2010

El Estado como intermediario entre empresariado y trabajadores.

Para un liberal en su máxima expresión (no es la opinión de todos), la intervención del Estado en el establecimiento de las normativas laborales y los salarios, es un ultraje. Ellos creen que empresarios y representantes de los trabajadores pueden llegar a acuerdos en función de las exigencias del mercado. Por desgracia el trato entre estos dos grupos siempre viene definido por la ley del más fuerte. Nuestro país ha sido ejemplar en estas situaciones. Cuando a finales de los setenta se liberó el derecho de huelga, los sindicatos pusieron en jaque al mundo empresarial, pero con su presión lograron mejorar el nivel adquisitivo real de los trabajadores y, de rebote (no fue su intención), demostrar que muchos sectores económicos estaban totalmente obsoletos. El Estado se encontró con un INI lleno de empresas inviables, como Altos Hornos de Sagunto, otras a las que urgía una renovación, como Iberia y RENFE y otras que se sostenían por su estado de monopolio: Telefónica, CAMPSA, Tabacalera… Para responder a la tarea que a los gobiernos de la época se les planteaba, tuvieron que plantar cara al sector obrero, lo que les descalificaba ante estos. Por si esto no fuera suficiente, la Unión Europea exigía unos esfuerzos adicionales que afectaban más a este sector que al empresarial (la UE, antes Mercado Común, nunca fue muy sensible a las necesidades de los trabajadores). Este conjunto de cosas y la fuerza de los sindicatos en aquellos momentos, aunque estos no fuesen capaces de reconocerlo, desautorizó al gobierno como mediador en las relaciones empresa-obrero. Afortunadamente fueron tiempos económicamente buenos y en nuestro país más. Tiempos en que se pudo poner el listón cada vez más alto hasta llegar a 1992. Los juegos olímpicos, la Expo de Sevilla y el año cultural de Madrid. El momento propició el primer exceso inmobiliario con una sobrecontratación de obreros de la construcción que necesariamente no se podría mantener después del año olímpico. Para la oleada de trabajos llegaron obreros de todas partes pues no existían tantos albañiles y obreros especializados en nuestro país. Polonia e Irlanda fueron dos de los países que más trabajadores aportaron a nuestras obras, pero cuando estas terminaron regresaron, sin problemas, a sus países de origen. Las grandes obras terminaron en 1991 y con ellas los grandes pedidos a otras industrias que estas necesitaban, así que del boom se pasó a la crisis, pero esta aún se pudo contener unos meses mientras el efecto del turismo, suscitado por aquellos eventos, compensaba parte de aquella pérdida. Así fue como la mayoría de españoles se percato de la recesión en 1993.

Durante las vacas gordas habían mejorado las remuneraciones de los sectores relacionados con la construcción (de ahí que muchos obreros del norte de Europa vinieran a ganarse un plus en nuestro país), pero cuando la cosa retornó a cifras normales las infraestructuras de todo el entorno inmobiliario habían crecido más de lo necesario y no podían sostenerse a un ritmo más bajo. Las grandes empresas encontraron salidas a su crisis, pero no las pequeñas. Por su parte los trabajadores fueron los más afectados. Por si esto no fuese suficiente, la bonanza había creado anormalidades económicas que quedaban al descubierto en la crisis. Ante las amenazas de huelgas que perturbaran el proceso de recuperación, el gobierno de Felipe González se inventó una ley de huelga en que los servicios mínimos ya no paralizaran más el país. Poco se imaginaban que acababan de decantar la balanza del lado de las grandes empresas que, a partir de aquel momento aprendieron a imponer servicios mínimos que convertían a la huelga en una herramienta inútil.

Aquella crisis del 93 fue breve porque no fue global y los bajos precios de la construcción en nuestro país respecto a la de otros países europeos hizo que muchos jubilados de esos países adquirieran propiedades en nuestro país salvando el mercado antes de lo esperado.

No todo fue tan positivo como cabria esperar porque a aquella crisis, poco después siguió otra internacional que pilló a España sin levantar aún el vuelo. Además, aquella ley de huelga hizo que los trabajadores españoles empezaran a perder rápidamente ventajas sociales que habían costado más de un siglo de luchas. En aquellas fechas el ministro Solchaga impuso unas medidas de choque que perjudicaron muchísimo a los trabajadores, pero que sacaron a nuestro país de aquella crisis. Una vez levantada la situación todos esperaban que, poco a poco, fueran retornando a aflojarse las apreturas de los que habían subvencionado la recuperación, pero los escándalos de corrupción, las campañas de unos medios de comunicación interesados y la poca educación democrática de nuestro país, entregó, en las elecciones del 1996, el gobierno al partido de la derecha más rancia. Y, para muchos, el cinturón ya no se volvió a aflojar jamás.

Si bien en el momento de las elecciones ya se había superado la crisis, la mayoría de sectores no había retornado a la normalidad y el nuevo gobierno aprovechó para endurecer aún más las medidas de Solchaga, pero generando algunas concesiones a los sindicatos para estabilizar la situación social. Entre tanto, aprovechando la creciente inversión extranjera en bienes raíces (jubilados ingleses, turistas y blanqueadores de dinero en su mayoría), se liberó suelo protegido que empezó a hacer crecer de nuevo la maquinaria del sector inmobiliario.

En los siguientes años los trabajadores no tenían con que luchar, pero el pelotazo inmobiliario generó un espectacular estado de bonanza que permitió a los sindicatos aliarse con el gobierno para evitar la aniquilación total de los últimos beneficios sociales que le quedaban a la clase trabajadora. Los trabajadores, además, se tenían que endeudar para poder llegar a los nuevos precios que alcanzaban sus viviendas, lo que permitía a los poseedores de más de una vivienda jugar a la especulación con ellas y acrecentar la espiral loca de ese sector.

Durante ocho años nadie puso freno a la locura del ladrillo y, aunque era obvio que terminaría por estrellarse, el gobierno fomentó más y más el sector.

Nuevamente en 2004, fenómenos ajenos a la economía, llevaron al cambio de gobierno en unas elecciones. Los nuevos gobernantes eran conscientes del problema creado en ese sector, pero a un tiempo quedaron seducidos por el poderío económico aparente que daba al país. De este modo se vieron pillados entre las tendencias para frenar la escalada inmobiliaria y las estadísticas de crecimiento. Por otro lado, desde finales de los noventa, se había producido una escalada de la inmigración, especialmente para trabajar en el sector inmobiliario. Pero, a diferencia de 1992, estos nuevos inmigrantes no eran mano de obra especializada y venían de países a los que no pretendían volver (por lo menos no inmediatamente). El tan cacareado efecto llamada, como llamaron algunos, llenó el país de mano de obra barata que, en demasiadas ocasiones, algunos empresarios sin escrúpulos contrataban ilegalmente. La falta de mano de obra hubiera podido paralizar el sector del tocho, pero gracias a estos pobres inmigrantes deseosos de una vida mejor, muchos siguieron enriqueciéndose a costa de todos.

Así crecía el parque inmobiliario mucho más allá de lo necesario, con pisos de mal construidos, sin aportar nada bueno a las clases trabajadoras y provocando un fuerte movimiento especulativo. Y de la especulación a la corrupción sólo hay un paso que se dio con excesiva frecuencia.

Es obvio que la situación era insostenible y sólo hacía falta un pequeño empujoncito para derribar el castillo de naipes y este terminó por llegar entre 2008 y 2009 en forma de una crisis financiera mundial provocada por el asesamiento financiero del gabinete Bush que permitió auténticos desbarajustes empresariales e hipotecarios.

Ahora estamos inmersos en esa crisis y, a pesar de la gran bajada que han tenido que experimentar los productos inmobiliarios en nuestro país, estamos muy lejos del reventón de la llamada “burbuja inmobiliaria”. Sin duda, el haber llevado el precio de la vivienda al valor real hubiese perjudicado a especuladores y bancos que aún intentan ir frenando la caída a costa de medidas que siguen perjudicando la economía.

Pero el sector inmobiliario no es el que nos interesa, sino la crisis en sí que ha vulnerabilizado un poco más a la clase obrera y ha facilitado que se le amputen más derechos.

Por ahora el gobierno, en sus medidas anticrisis, no ha cargado totalmente en los trabajadores el esfuerzo de recuperación. Sin embargo los sectores neoliberales aprovechan para pedir el despido libre o sucedáneos como la bajada de las clausulas de despido. Entre tanto, los blindajes contractuales de los grandes ejecutivos no sólo no se tocan, sino que siguen repartiéndose unos beneficios obtenidos de lo que se ahorran con trabajadores y pequeños inversores. En estos momentos, esa clase que un día fue llamada proletariado y hoy es la clase media-baja, está totalmente desprotegida y si el gobierno no lo hace, si se deja en manos de teorías idealistas liberales, sus derechos quedarán reducidos a un estado inferior al de los inicios de la Revolución Industrial.

Tal vez ha llegado el momento de implementar algunas medidas que permitan a los trabajadores luchar por sus derechos en igualdad de condiciones que las empresas. Y si no es posible, el estado deberá seguir siendo mediador en todas las disputas y decantándose preferentemente del lado del más débil.