Hemos sufrido una
grave crisis y nuestros políticos parece que no saben sacarnos de ella. Eso,
por sí solo, ya sería suficiente argumento, después de más de 15 meses
torturando a la población con restricciones que se ceban en los menos poderosos,
para que un gobierno con algún atisbo de honestidad, tirara la toalla y
convocara nuevas elecciones.
Pero no nos cebemos
en la ineptitud o maldad de ese gobierno (o los anteriores) que ya ha sido, y
seguirá siendo, tema de otros artículos. Prefiero definir de una vez por todas
a qué clase de monstruo nos enfrentamos.
Desde que en 2008
la amenaza de crisis, aún no demasiado definida, empezó a sonar en los medios
de comunicación, todos giramos nuestras miradas hacia el mercado inmobiliario
porque sabíamos de su debilidad producto de esa burbuja inmobiliaria que habían
alimentado figuras tales como Paco el Pocero, pero que tenían a la banca como
verdadero soplador de ese globo.
Está claro que
siendo la banca la dueña de todo, y por tanto también de los medios de comunicación,
las culpas no irían a recaer en ese estamento, pero a poco que los ciudadanos comentábamos
entre nosotros, no hacía falta que la prensa los señalase y hablábamos de la
banca como ese aciago personaje que estaba a punto de cargarse lo poco que
quedaba de nuestro mundo… y eso también lo sabíamos. Pero nuestros políticos
hicieron caso omiso de la opinión pública y prefirieron escuchar la voz de la
prensa. No sé cómo hay quien se extraña hoy de que nadie compre periódicos.
Sin embargo, lo
cierto es que el mercado inmobiliario no es el único responsable de nuestra
situación. Tenemos que ver cómo hemos podido llegar a una situación en que la
banca ha tenido el poder de crear esa burbuja inmobiliaria e intentar después,
cuando está reventó, escapar de esa explosión sin apenas rasguños. Pero, sobre
todo, saber en qué se ha equivocado esa misma banca para terminar destruyendo
todo el tejido económico del país y encontrarse tan pillada como para necesitar
ayuda exterior.
Como todos ya
sabemos, el primer capítulo de este drama se escribió hace más de cien años en
forma de una ley hipotecaria que sufrió una reforma importante en lo más oscuro
del franquismo (1946) y que desde entonces apenas ha cambiado unos párrafos sin
importancia. De hecho las modificaciones llevadas a cabo por el gobierno de
Aznar en 1997, con el apoyo de CiU, no parece que la mejoraran precisamente. Aunque
no debemos ignorar el apoyo del PSOE que después conto con 8 años para darle la
vuelta y no lo hizo. Así tenemos que mediante esa ley el banco puede prestar
casi sin riesgo pues en caso de impago la deuda no desaparece y, además, el
banco se queda con la propiedad y los avales que vuelve a valorar de nuevo en
ese momento según le parece. Aunque parezca mentira, no han sido pocos los casos
en que un matrimonio, después de 8 años pagando su hipoteca, ha sido
desahuciado, pero a continuación, mediante esa misma deuda, ha tirado de los
avalistas, generalmente los padres, a quienes también ha despojado de sus
viviendas, y una vez hecho esto la deuda ha seguido casi intacta pues el citado
banco ha reducido el valor de esas propiedades, en ocasiones hasta un solo
euro. Sin duda esto es en justicia un inmenso fraude, pero por desgracia, como
vemos, no lo es en ley. Y así podemos definir claramente la diferencia que hay
entre justo y legal.
Con la ley
hipotecaria ya podemos intuir los mecanismos usados por la banca para inflar la
burbuja inmobiliaria. Está claro que existieron otros factores, en especial la
memorable ley del suelo que el gobierno del PP se sacó de la manga allá por el
año 2000, pero lo importante es ver que nadie era ajeno ya a comienzos de la
era Aznar de que se iba a producir esa burbuja inmobiliaria. Y también, como es
lógico, tenemos que ser conscientes que toda burbuja inmobiliaria termina
reventando. Los ejemplos de Japón y Alemania aún estaban muy cercanos, pero es
que con relevancia, en nuestro propio país, ya acabábamos de salir de otra
crisis donde otra burbuja inmobiliaria, aunque de muy inferiores dimensiones,
se había visto implicada. Fue la burbuja olímpica, de la Expo o simplemente del
92. Aquella burbuja reventó representada por el drama de la PSV en que estuvo
implicada la bisoñez de los grandes sindicatos y sobre los que la prensa, ya
muy politizada por entonces, se lanzó como buitres carroñeros (disculpen la
redundancia, pero creo que cuesta hacerse una idea de la maledicencia implicada
en todo este asunto y que sirvió para introducir ideas muy extrañas en el
pensamiento colectivo). La crisis de la PSV se cerró en falso por el gobierno
del PSOE que, junto otros errores, terminaría por pagarlo; los sindicatos lo
siguen pagando, pero, sobre todo, quienes realmente lo sufrieron, los siguen
sufriendo y posiblemente lo seguirán sufriendo si alguien no lo remedia, son
los obreros de nuestro país.
Las implicaciones
del tema inmobiliario ya las conocemos, pero al principio ya hemos dicho que
este no era el único responsable, sino por qué ha sido tan fácil que se
desmorone el tejido económico al reventar la burbuja inmobiliaria.
Es cierto que el
sector inmobiliario mueve a todos los demás, pero en un país cuya economía estuviera
centrada en cualquier otro sector adicional, el hundimiento del inmobiliario
solo hubiese supuesto un serio frenazo a su crecimiento, no la ruptura social
como es el caso. En su momento la economía de Japón estaba centrada en los
sectores tecnológicos y, aunque vio la caída de algunos de sus más importantes
bancos, su recesión ni siquiera fue comparable a la de los años 70, cuando sin apenas
llegar a superar el 10% de paro, los japoneses lo vivieron como una catástrofe
que cambió su sociedad. Nosotros estamos hoy por encima del 26%.
En el caso de
Alemania se cometió el error de proteger a la banca y aunque la potencia de sus
sectores químico e industrial, evitaron el hundimiento, los trabajadores
germanos aún están pagando las consecuencias de apoyar a sus bancos, de ahí su
notable insolidaridad frente al desmoronamiento del eje mediterráneo. Sin duda
no son conscientes de que sus reticencias terminarán volcándose otra vez sobre
ellos. Creen estar viendo los toros desde la barrera, pero si no son capaces de
acabar con las corridas, al final se verán en el ruedo y ya veremos si les toca
ser toros o toreros.
Pero en qué sector
nos podemos apoyar los españoles. Es obvio que España no se ha especializado en
nada ni ha creado un fundamento económico, pero… ¿A qué momento histórico
podemos culpar de ello? ¿Qué hicimos mal?
Aquí nace nuestra
verdadera crisis de hoy. Una crisis que va más allá de la profunda recesión
internacional que lo es tanto económica como de ideas. De hecho la recesión
internacional solo ha servido para adelantar unos años ese bang inmobiliario enfrentándonos
a nuestra crisis en un momento en que desde fuera de nuestro país el resto del
mundo está menos dispuesto a ayudarnos a salir, pero que con ello, sin darse
cuenta, están importando la miseria que fabricamos. Hemos convertido la crisis
y el paro en nuestro sector económico.
España parece estar
especializada en turismo, pero aunque sea el segundo país del mundo en ingresos
por esa actividad económica, es un sector poco decisivo para un país de la
envergadura del nuestro. Además los empleos que generalmente ofrece este sector
suelen ser de temporada y no demasiado bien pagados. Y eso que, por lo general,
necesitan de una cualificación muy específica.
Alguno pensaría que
el sector agropecuario es el nuestro. Este es un sector siempre expensas de la
meteorología y los escándalos alimentarios. No es este un sector que permita un
gran crecimiento, pero es que además, con la entrada de España en la Unión
Europea, se le pusieron muchas trabas para su crecimiento, solo hay que
recordar lo que supuso la imposición de las cuotas lecheras o la presión sobre
los acuerdos pesqueros. Solo gozamos de un cierto margen en el sector
hortícola, pues hasta los cereales sufrieron la acción del ojo europeo. En
plenos años 80, cuando nos vimos abocados a una reforma industrial para
suprimir la baja competitividad de los modos empresariales del franquismo,
también tuvimos que vérnoslas con esas reformas agrarias, ganaderas y pesqueras,
que nos imponía Europa. Fueron momentos difíciles y posiblemente se solventaron
como se pudo, pero el entonces Mercado Común, nos compensó con unos fondos
coyunturales que durante muchos años fueron nuestro sostén. Por desgracia
España siempre fue un país al que se le han de dar retos e infraestructuras, pero
no dinero. Eso lo saben muy bien en Catalunya que durante cerca de siglo y
medio ha alimentado a un país en que el dinero se administra muy mal.
Los fondos
coyunturales han servido durante años para pagar lo que no se hacía. Quién no
ha visto malgastar semillas, tiempo y agua en girasoles y remolachas que después
se dejan pudrir en los campos. No entraremos a comentar destinos más espinosos para
ese dinero y que su mera insinuación, dada la idiosincrasia española, ya me
haría sospechoso de estar criticando a los habitantes de determinadas
comunidades autonómicas. Como no hay nada que se aleje más de mis intenciones
que eso, lo omitiré, pero sin dejar de culpar a todos los políticos de falta de
visión y populismo barato (pero que hoy nos está costando muy caro). Entre
tanto hemos perdido tres décadas sin llevar a cabo el eje mediterráneo. Una
línea férrea de mercancías y con ancho europeo, que una Algeciras, siguiendo
toda la costa mediterránea, con la red férrea de la Unión. Eso daría un valor
especial a los potentes puertos marítimos del levante español, pero que además
daría una salida a esos productos agropecuarios que hoy pierden competitividad en
su venta al exterior cuando se encarecen por el transporte en camión. Amén de
la inseguridad que producen las carreteras francesas donde, a menudo, son
víctimas de los conflictos de los sectores agrarios franceses.
En esta situación
tan poco favorable el sector agropecuario no se ha desarrollado debidamente y
las abundantes industrias alimentarias que crecieron sobre él, han sido fácilmente
conquistadas por el capital extranjero de las multinacionales que, al final,
cuando las cosas no van demasiado bien, abandonan sin problemas y sin reconocer
ninguna responsabilidad por los nichos sociales a los que afectan.
Otro sector
importante de nuestro país es el publicitario, pero su incidencia es muy
limitada. Una empresa publicitaria puede mover muchísimas cuentas con un número
reducido de empleados y, por lo general, recurre a actores, dibujantes, fotógrafos,
etcétera, pero que no tienen continuidad en ese sector. Así pues, la publicidad
no es un sector en el que apoyar la economía. Ocurriría algo parecido con el
sector del diseño que domina en Italia.
Entre tanto el
sector industrial moría bajo la presión de esa Europa que nos llevaba cuatro
décadas de ventaja, pero lo peor es que con él se marchaba también el sector artesanal.
Todo porque nos acogimos a las migajas que nos servían las multinacionales
montando factorías por toda la península. Factorías que se llenaron de
trabajadores cuyos sueldos estaban muy lejos de los que cobraban sus colegas
europeos. Por eso cuando la economía española creció y nos acercamos al salario
europeo, estas empresas empezaron a tomar medidas que iban contra nuestra
economía. El caso más hiriente y que, sin lugar a dudas, creo un antes y un
después, fue Gillette.
Gillette cerró su
factoría de Sevilla en 1994 a pesar de tener importantes beneficios. Poco
importó que la empresa británica hubiera cobrado importantes subvenciones del
gobierno andaluz. Tampoco asumió la responsabilidad de haber sido la responsable
de que en nuestro país desaparecieran las dos empresas que competían con ella:
Filomátic y Sevillana. La estrategia de Gillette había sido de total
depredación y los políticos de nuestro país estuvieron ciegos ante sus amorales
maniobras, pero es que después tampoco se tomaron medidas legislativas para
evitar que se volviera a dar la misma situación. Entre tanto la ciudadanía
tampoco tomo demasiada conciencia de lo que acababa de ocurrir. Gillette se
salió con la suya: había llegado, matado y se había marchado impunemente, y en
el resto de multinacionales del mundo mundial había tomado nota de ello.
La crisis del 1991
al 1995, no nos descubrió más casos Gillette, pero en la primera década del
siglo XXI, cuando varios países del este entraron en la Unión Europea, varias
empresas pensaron en largarse a esos nuevos territorios donde los salarios eran
inferiores. El caso más hiriente fue en 2004 el de Samsung. La incapacidad para
generarle consecuencias a la empresa coreana, tanto a nivel oficial, como
ciudadano, abrió definitivamente la puerta estas prácticas. Desde 2004 la
salida de las multinacionales de nuestro país es un proceso que se ha
acelerado, pero lejos de tomar medidas para evitarlo, el actual gobierno del
PP, en su Reforma Laboral, ha facilitado este proceso de tal forma que las
empresas ya no tienen que negociar con nadie si desean largarse. No es de
extrañar que desde la citada Reforma Laboral el paro haya aumentado
espectacularmente en nuestro país. Hay que estar muy ciego o ser muy imbécil para
legislar así.
Una vez conocidas
las causas de nuestra situación, además de lamentar las oportunidades perdidas
de haber podido evitar llegar a esta situación, podemos sugerir algunas
soluciones. Pero nada de todo lo que podamos decir serviría de nada si el
actual gobierno no abandona. Algunas de las medidas a tomar, una vez conocida
nuestra realidad, parecen bastante obvias, otras ya las hemos comentado muchas
veces, pero aún hay muchas cosas que podemos hacer para mejorar la situación,
pero también es obvio que no con el PP.