NOTA del Administrador

Los temas económicos acostumbran a ser muy controvertidos (por no decir polémicos) por su trascendencia con la vida cotidiana y sus difíciles relaciones entre teoría y práctica. Además los ejercicios que se puedan hacer en tendencias macroeconómicas, nunca están exentos de politizaciones. Es por eso que ruego, a los que tengan a bien comentar alguno de estos artículos, identificarse correctamente. Pues todos aquellos comentarios anónimos o que no guarden las formas, serán eliminados.

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

El apego a la tierra como fórmula económica.


Siempre hemos comentado que España tenía el paro como una enfermedad endémica de su sociedad, pero hemos dicho muy poco de la capacidad que tiene esta sociedad para soportar, sin grandes rupturas, unos índices de paro muy superiores a lo que supondría el fin para países teóricamente más evolucionados como Alemania, EE.UU. o Japón. Aunque cueste creerlo, el gran apego de los españoles a su tierra, a su casa y a su familia, son la razón de algo que algunos ya sospechan como un milagro económico.

Históricamente España ya ha sido un país donde unos pocos producían para una enorme cantidad de capas sociales que constituían, sobre todo, las famosas manos muertas. Con esas premisas, la sociedad española se vio obligada a generar estructuras que permitieran la supervivencia de las familias. En el pasado, en una misma casa subsistían varias generaciones que, con una especialización interna, se apoyaban unas a otras. En cada zona del país adquirieron unas características propias para adaptarse a su entorno y al momento histórico.

Entre los siglos XVII y XIX aparece un flujo individuos que se desarraigan de sus familias para correr aventuras por las colonias americanas. Muchos de ellos se quedarán allí, pero tras la independencia de muchos de aquellas colonias, también son muchos los que regresan. El siglo XIX pudo, en este aspecto, ser muy malo para el Estado que tuvo que aprender a hacer sus cuentas sin el dinero que representaban estas colonias, pero no fue así para la sociedad. Muchos de los que regresaron de “hacer las americas” volvían con algo de dinero en el bolsillo, pero, ante todo, con un espíritu de innovación y de negocio que permitió cambiar la sociedad. Estos eran los indianos. Muchos de ellos montaron negocios que pudieron funcionar o no, pero que durante algunos años emplearon a otros individuos cambiando la orientación de nuestra sociedad.

En los libros de historia, cuando llegamos al siglo XIX siempre nos fijamos en los fenómenos políticos y olvidamos el posible sentimiento de un pueblo que vivía, en realidad, muy alejado de los esfuerzos de sus mandatarios por aprender a vivir en una nueva sociedad. Así, mientras las ciudades se transformaban, el país se metía en guerras perdidas de antemano como la de Filipinas, Cuba y Marruecos (esta ya en los comienzos de siglo XX).

Cuando se acababa el impulso dado por los indianos y aumentaban las corruptelas de los políticos. Las nuevas grandes urbes como Madrid, Bilbao, Valencia y, sobre todo, Barcelona, se convertían en un farolillo encendido para aquellos que se habían quedado sin tierras y pasaban hambre. De momento la emigración no era grande, pero cuando lo hacían eran familias enteras. Al llegar Primo de Rivera al poder y dar más fuerza a los terratenientes, la emigración se disparó, hasta llegar a un momento en que las ciudades no podías dar más trabajo.

La República trato de solucionar el problema endémico que suponían los terratenientes en el campo y de crear viviendas baratas para los emigrados en las ciudades. No tuvo tiempo suficiente de llevar a término otra vez su problema porque la guerra civil barrió de un plumazo todo lo conseguido.

El fin de esa guerra supuso el mayor éxodo de la historia de España. También la mayor destrucción de familias. Los esquemas originales de la sociedad española estaban rotos, pero, una vez más, la capacidad de adaptación de la sociedad a las circunstancias más miserables, reestructuró estas instituciones para adaptarse a la dictadura franquista. Sobre los años 50 empezaron a aparecer grandes centros de producción en las ciudades que arrastraron de nuevo a miles de ciudadanos del campo a la ciudad. La vida en el país era miserable, así que no fue extraño ver en una casa de 30m2 habitada por hasta 15 miembros de una o varias familias.

La vida era cara y los sueldos bajos, no todos eran capaces de emplearse, pero algunos lograban más de un empleo. Dentro del núcleo familiar el que no lograba empleo fuera lo hacía faenas en casa o incluso negociaba con casi cualquier cosa: chatarra, animales, tabaco extraído de colillas, productos ilegales o sacados de los economatos del ejército y la policía… No era raro encontrar casas donde todos los niños trabajaban en alguna fábrica mientras el padre trapicheaba con artículos sacados de los vertederos de basura. Fueron tiempos difíciles donde unos vivieron mejor que otros, pero donde nacieron unas estructuras familiares que hoy sustentan nuestra economía.

Los tiempos mejoraron y los empresarios hicieron lo posible por intentar arrastrar a los individuos lejos de sus familias para hacerlos vulnerables. Posiblemente de haber durado algo más el franquismo lo hubiesen logrado, pero llegó la democracia y estos intentos antinaturales de una vieja patronal corrupta sirvieron de excusa para oleadas de huelgas que sacudieron el país y, por primera vez en mucho tiempo, crear una estructura social no lesiva contra las familias.

A comienzos de los ochenta los derechos de los trabajadores españoles empezaron a parecerse a los de los trabajadores europeos y nuestra economía, a pesar de ello, crecía como ninguna. No obstante fueron muchas las empresas que quisieron coger atajos que tarde o temprano terminarían por dañar al resto de la sociedad. Sin embargo, a pesar de los momentos de bonanza, el paro en nuestro país no se esfumó, porque tenía un sustrato endémico inevitable, pero las cosas iban bien. Y pudieron ir mejor cuando en 1992 se juntaron Expo de Sevilla, Olimpiada de Barcelona y año cultural de Madrid. La respuesta tenía que haber sido el pleno empleo, pero el empresariado español estaba metido en el tren del pelotazo y trajeron trabajadores de Irlanda y Polonia para abaratar costes. Muchas pequeñas empresas notaron el error durante el mismo año 92, pero la crisis fue declarada en el 93. Fue Solchaga el que cometió el primer gran error promulgando una ley de huelga en la que se imponían servicios mínimos sin control y sin contraprestaciones para los trabajadores. Desde el instante en que se publico en el BOE hasta hoy se han perdido más de la mitad de los derechos que los trabajadores tenían. La gran mayoría entre el 2000 y el 2004.

A pesar del desastre, las familias aguantaron la situación y en los últimos catorce años, gracias al boom del ladrillo, hemos disimulado que éramos un país con paro endémico y aún nos hemos permitido el lujo de contratar una masa trabajadora extranjera que casi duplicaba la propia.

Al final ha llegado otra de esas crisis gordas y se ha destapado nuestra realidad y, de nuevo, muchas familias se están sosteniendo por la base de sus estructuras, aunque más débiles que nunca. Desgraciadamente nuestros políticos, lejos de darse cuenta de cuál es la realidad de nuestro país, se prestan a tomar las mismas medidas neoliberales para atacar esta crisis. Unas cataplasmas que han funcionado con reparos en otros lugares, pero que aquí, dada nuestra idiosincrasia, pueden suponer el final de nuestras bondadosas estructuras sociales.

Ahora se pretende alargar la edad de jubilación hasta los 67 años cuando nuestro país nunca ha querido emplear a los mayores de 45 años. Por si eso fuera poco, se permite el despido por coger demasiadas veces la baja, aun a sabiendas que después de los 55 años casi nadie se puede sostener en pie correctamente debido a la dureza de años de esfuerzo. Excusas baratas de un empresariado que ha perdido su capacidad innovación y de compromiso social y de unos políticos irresponsables vendidos a las ideas del neoliberalismo que, dicho de paso, es el padre de todas las crisis.

Ese neoliberalismo que hace vivir a un norteamericano en un autocaravan para poder aceptar un trabajo allí donde se produce. Llevando a su mujer y a sus hijos de estado en estado y de colegio en colegio, con un desarraigo total por su tierra y la incapacidad total de adquirir unos conocimientos adecuados para salir de esa espiral de mala vida. Sí, ese neoliberalismo se va imponiendo en cada reforma laboral, en cada paquete anticrisis, para desarraigarnos de nuestra tierra y de nuestras familias para acabar con… un paro endémico que es en realidad nuestra última barrera para salvaguardar nuestra verdadera economía social. Y la próxima vez que aumente el paro ya no habrá medidas que aplicar, porque estas se hacen sacando un recurso antiquísimo que ha crecido en nuestras familias y que está a punto de agotarse. Cuando el hombre pierde el arraigo a su tierra y a su familia pierde el orgullo y pierde la capacidad ser el mismo. A partir de ese instante es capaz de todo y nada, porque ya no tiene ninguna protección, pero su vulnerabilidad lo es a un tiempo del país que lo acoge tanto como del que deja.

Pero cuál es el mecanismo del arraigo para salvar la estabilidad social. A mediados de los noventa, la Unión Europea envió a sociólogos y economistas a estudiar esta evidencia de nuestro país. Nunca hubo una publicación conjunta de conclusiones porque no lograron ponerse de acuerdo, sin embargo, a lo largo de estos párrafos ya hemos desvelado algunas de las más importantes razones. Si añadimos que cuando una persona se encuentra en su ambiente y rodeado de los suyos es capaz de soportar mejor, física, económica y psicológicamente, las malas épocas, y que, además, las familias y allegados acostumbran a formar un núcleo solidario, ya tenemos la ecuación completa.

Tal vez deberíamos recurrir a la UNESCO para pedir ayuda en la salvaguarda de este modelo tradicional de familia que tiene muy poco que ver con el que defiende la iglesia o el PP, mucho más basado en los lesivos cortes neoliberales.

Imagen tomada de http://derecho.laguia2000.com . Los Simson, una crítica de la sociedad y la familia americanas con la que, en demasiadas ocasiones (cada vez más) nos sentimos identificados. Vemos que los únicos familiares cercanos son las gemelas hermanas de la esposa que siempre que ayudan lo hacen minando al matrimonio y el padre del marido, que fue desterrado a un asilo después de pagar la casa en que viven. Un perfecto ejemplo de solidaridad familiar.

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