NOTA del Administrador

Los temas económicos acostumbran a ser muy controvertidos (por no decir polémicos) por su trascendencia con la vida cotidiana y sus difíciles relaciones entre teoría y práctica. Además los ejercicios que se puedan hacer en tendencias macroeconómicas, nunca están exentos de politizaciones. Es por eso que ruego, a los que tengan a bien comentar alguno de estos artículos, identificarse correctamente. Pues todos aquellos comentarios anónimos o que no guarden las formas, serán eliminados.

Las discrepancia nunca es un problema.

¡Gracias!


martes, 28 de septiembre de 2010

¿Dónde está el punto de inflexión? Yo secundo la huelga.

Desde hace bastantes años vengo poniendo en duda todas las acciones de los sindicatos y su capacidad para representar a los trabajadores. Esa era la razón principal que me hacía dudar sobre el apoyo a esta jornada de huelga. Otra de las razones era el beneficio que podía obtener de ella el partido fascista y en general todos los neoliberales (responsables reales de esta crisis). Sin embargo, me he dado cuenta de que, esta mal llamada reforma laboral (sería más correcto llamarle desastre nacional), va a acabar con el poco empleo “justo” que queda.

Siempre he insistido en afirmar que el paro es un mal endémico de nuestro país, sin embargo, las medidas de protección de empleo salvaban algunos de puestos laborales decentes de crisis en crisis. Cosa que en último término servía de ejemplo para recuperar parte de ese tipo de puestos en los momentos de bonanza (cuando las empresas se benefician sin pensar en las personas de quien se han aprovechado).

Nuestro país, es cierto, necesita abaratar el empleo, pero el bloque neoliberal (PP, CiU, PNV y alguno más) prefiere forzar el abaratamiento del despido. Si el empleo es caro y el desempleo barato… ¿cuál es la conclusión?

Por si no fuese bastante se penalizan las bajas por enfermedad convirtiéndolas en razón de despido y, al tiempo, se sube la edad de jubilación a los 67… ¿quién va a poder llegar empleado a esa edad?

No es un reforma laboral, es un pacto para que empresarios como el inmoral presidente de la Patronal española, puedan deshacerse impunemente de las personas que han generado su riqueza. Es una ley para quitar las últimas responsabilidades a los causantes de la crisis.

No hace falta ser muy listo, pues, para darse cuenta de que esta “reforma”, lejos de mejorar el problema del paro, lo va a agravar. Pero es que además también va a bajar la productividad real del país pues, en primer lugar cunde el desanimo entre los trabajadores y, además, para reducir costos, los trabajadores que ejercerán a partir de ahora no van a ser los más cualificados.

Hasta hace unos meses España, a pesar de la enorme cantidad de bajas laborales que según la patronal sufría, era el país con mayor productividad por dinero invertido en trabajadores. Cierto que era de los últimos por hora trabajada, pero es que nuestros salarios son de miseria comparados con los precios que nos rodean. También es cierto que los españoles son los empleados menos dispuestos a desplazarse para ocupar un empleo, sin embargo ya demostramos que eso, lejos de ser en realidad un problema, era una riqueza económica que evitaba una situación mucho más desastrosa.

Está claro que no se pueden tomar medidas sin tener en cuenta las características del país, pero mucho menos perjudicando a los más necesitados, quitándoles sus últimas esperanzas y apoyando a aquellos, que en último término, son los responsables de nuestros actuales problemas.

Por todo esto y mucho más, yo secundo esta jornada de huelga.

El poder de los medios.

 

Seguramente todos nosotros hemos pensado en algún momento cuál es el sentido de la vida. Para aquellos que se han acogido a una fe, sea la que sea, ya tienen una respuesta estandarizada que pueden, o no, aceptar, pero para el resto de los mortales tiene que existir algo más. De todas formas, aún en el supuesto de que estemos aquí porque es el deseo de un ente superior, este debía tener alguna razón para ello y es obvio que esta es ajena a nosotros.
El sentido de la vida y el Universo son la misma pregunta. Y son una gran pregunta a la que hay miles de respuestas, todas válidas aunque, tal vez, ninguna cierta.
Como es lógico, una pregunta tan trascendente ha servido para llenar miles de páginas de centenares de libros de filosofía, teología, psicología, sociología, historia, matemáticas, cosmología, astronomía, ciencia ficción, novela… y muchas más fórmulas y temáticas que podrían alargar este párrafo más que los listados de “El péndulo de Focault” de Umberto Eco o las cartas de la princesa del “Bizancio” de Ramon J. Sender, pero que nos aportaría exactamente la misma monótona vaciedad inútil.
Algunos, los más espabilados, ya se han dado cuenta de que responder a esta gran pregunta exige mucho esfuerzo y el resultado, además de indemostrable, es igualmente inútil. Por eso han puenteado la lógica modificando esa pregunta esencial por otra más práctica: ¿Qué puedo sacarle yo a la vida?
No vayan a creerse que esta pregunta si es sencilla de responder, lo que sucede es que el que es capaz de saltarse la anterior y pasar a esta ya sabe lo que quiere realmente: lo quiere todo. Y para tenerlo todo sólo hace falta una cosa: poder.
Hablando de poder o poderes, los hay de muchos tipos: económicos, políticos, militares, religiosos, judiciales… pero entre todos hay uno que destaca más que los demás: el poder de los medios de comunicación.
¿Se han preguntado alguna vez cuánto cuesta un anuncio de televisión? Pues allá por el 2007, cuando TVE aún competía en este terreno, poner un anuncio de 20 segundos en pantalla podía variar mucho. Desde unos 200€ a las 8:00AM en Cuatro, hasta los 45.000€ del horario de máxima audiencia en Tele 5. Hay que decir que ninguna de las cadenas nacionales ofrecía su mejor horario por debajo de los 3000€. Como es lógico, una campaña con posibilidades no la constituye un solo anuncio a una hora determinada, sino una treintena de los mismos, con, al menos, seis o siete en el horario más caro. Todo esto repetido para todas las cadenas nacionales.
Por supuesto, el anuncio tiene que estar bien hecho y vender correctamente el producto. Sin contar que, para no cansar a los espectadores, deben hacerse tres o cuatro anuncios diferentes y relacionados. Y no nos olvidemos que el tipo de anuncio deberá estar basado en los resultados obtenidos de un estudio de mercado realizado anteriormente para evitar perder esfuerzos en intentar vender el producto a quien, de todas formas, no lo iría a comprar.
Entre pitos y flautas ya os garantizo que una campaña de lanzamiento de unas dos semanas, no bajará de los tres millones de euros. Y… ¿quién puede pagar esas cantidades? Sólo grandes empresas que piensan vender grandes cantidades de ese producto, pues sólo mediante la venta del mismo podrán pagar toda esa publicidad. Así que, al final serán los que adquieran el producto los que pagarán no sólo a este, sino también a los publicistas, las actores, los guionistas, los cámaras… y también a las emisoras de televisión que podrán financiar su parrilla con ese dinero.
Las grandes cadenas de televisión reciben millones cada día en concepto de publicidad y parte de ese dinero sirve para pagar sus propias producciones y comprar las de otras productoras. Así mismo, las televisiones también pueden comprar los partidos de fútbol de un equipo determinado. Así pues vemos programas en televisión porque las pagamos mediante los productos que adquirimos en las tiendas y se han anunciado en esas cadenas. Así que las empresas publicitarias, en último término, pueden decidir qué programas se ven y cuáles no. Por supuesto, ya sabemos que las cadenas de televisión acuden a unas empresas que dicen que programas interesan más al público y cuáles no, en lo que se denomina el “share” de pantalla. A mayor share, más interés de las empresas publicitarias y mayor precio por segundo de pantalla. Así que estas empresas de control de audiencias son las que, en último término, deciden que programas se ven. El hecho de que la credibilidad de las mismas siempre esté en entredicho es algo que hace sospechar sobre la posibilidad de que estén manipulando las programaciones y, por tanto, lo que llega hasta nuestros ojos.
Es posible que pensemos que esto no tiene ninguna trascendencia, pero cuando encendemos el televisor y, a pesar de la enorme cantidad de canales que existen hoy en día, no hay ninguno donde podamos ver un programa interesante, tiene sus consecuencias. La primera de ellas es que terminamos viendo el programa que creemos menos malo y la segunda es que subliminalmente nos están vendiendo un ideario político.
¿De verdad no se lo creen? Pues si tienen algún disco duro capaz de grabar de la TV u otro medio, como los antiguos videos VHS, graben los telediarios de todos los canales posibles, un día cualquiera. Se sorprenderán viendo como cada noticia tiene un significado diferente para cada uno de ellos. Es más, habrá noticias que sólo se verán en uno de ellos y se les dará una trascendencia que sorprenderá comparativamente con la indiferencia que le dedican los demás.
Bueno, no hacía falta llegar a molestarse con lo de las grabaciones. Los periódicos en papel ya son un buen ejemplo de esta realidad. Las noticias no se nos cuentan como tales. La información no se nos sirve sin más, todos los medios de comunicación la venden vestida sutilmente (o en ocasiones no tan sutil) con los colores de su ideología.
Puede parecer que el resto de programación no sea susceptible de llevar estos harapos, pero no es así. Hay emisoras que se pasan el tiempo metidos en programas de insustancial debate amarillo donde se dejan sin contestar las más trascendentales preguntas de la actualidad. También hay programas de humor donde se cargan las tintas precisamente en aquello que nos han intentado esconder. Así que ya sea Manolo Lama, Belén Esteban, María Patiño o Andreu Buenafuente, todos nos están vendiendo un ideario político (por remoto que parezca) y una moral. Así que los señores del share deberán tener mucho cuidado en como valoran estos programas de gran interés ideológico para las cadenas.
Alguien puede dudar ahora de la existencia de un pacto entre publicistas, controladores de audiencia y cadenas de televisión. Entre todos están cortando una tarta donde se oculta el relleno de poder más importante de un país. Y si no, por qué se critica tanto el control de los medios de comunicación que está realizando Chávez en Venezuela.
Sin lugar a dudas el pastel más importante es el poder político, pero hay más… el “deportivo”. Y las comillas no son un despiste, porque cuando hablamos de fútbol, de la “Liga de las estrellas” y hablamos de la cantidad de millones que se mueven en ella, lo de deporte parece una broma.
El fútbol depende de la televisión y de la publicidad más que ninguna otra cosa, sino como piensan que don Florentino puede financiar su astronómica galaxia ¿Recuerda cuando dijo que financiaría la compra de Cristiano Ronaldo con la venta de camisetas? Si nos ponemos en plan abusón, una camiseta puede costar 100€, de los que sólo unos 70 serían para el club en concepto de merchandising. Haciendo números redondos, supondrían más de un millón de camisetas. Cuesta creer que sea viable esta financiación. Si tomamos el estudio de la sociedad alemana Sport+Mark publicó en 2008, el Real Madrid cuenta con unos 45 millones de aficionados en el mundo, de ellos sólo un 1% pueden permitirse el comprar una camiseta cada año, lo que quiere decir que, aún con el abuso de precio, se tardaría unos tres años en financiar ese fichaje. Como además se tendrán que pagar los intereses bancarios del préstamo solicitado para ello, puede alargarse a cuatro años, siempre y cuando no se fichen más jugadores, cosa que no es así. Si esto no fuese suficiente, el Real Madrid ha bajado en los últimos dos años en aficionados internacionales a favor del FC Barcelona que ya supera los 75 millones de aficionados por menos de 40 el Real Madrid. Todo eso afecta al merchandising y nos dice claramente que, aunque es una magnífica vía de ingresos, es demasiado voluble para confiar en ella.
Por supuesto, todos los clubs cuentan con el dinero que sus socios y aficionados pagan por los abonos y las entradas. Estas si son unas cifras estables y, aunque Barça y Madrid, dado el tamaño de sus estadios, son grandes cantidades, siguen siendo insuficientes para pagar fichajes y salarios de plantillas tan virtuosas.
Nuevamente la publicidad termina siendo el recurso que salva la economía de estos clubs. Y lo hace por tres vías: los contratos directos de publicidad (camisetas, vallas, anuncios…), cantidades pagadas por las competiciones europeas (liga de capeones, UEFA league) y los derechos de imagen que pagan las cadenas de televisión… gracias a los anuncios que estas ponen durante la retransmisión de los partidos. Y esta última es la fuente de ingresos más importante que reciben los clubs. En ocasiones estos clubs también pueden ganar pequeñas cantidades en comparación con lo ya citado, con partidos amistosos o alquilando su estadio para finales de competiciones o para eventos musicales.
Es decir, que los grandes clubs también dependen de las grandes cadenas y, por tanto, también son susceptibles de ser manipulados por estas. Aunque, lógicamente, los clubs también gozan de un amplio margen, pero sin poder evitar ataques mediáticos como el que sufrió Ronaldinho por parte de los medios “afines al Real Madrid” y que terminó minando su confianza. Parece difícil de creer, pero los medios de comunicación pueden influir en la imagen de jugadores y clubs y, en ocasiones, hasta en los juicios del colectivo arbitral.
Piensen ahora, cada vez que vean uno de esos inocentes anuncios de Coca Cola, que, tal vez, ellos estarán decidiendo quién ganará la próxima liga o, incluso, quién será el próximo presidente del gobierno.
Puede que los medios de comunicación en general y la publicidad en particular, nunca nos pueda decir cuál es el sentido de la vida, pero continuamente nos empuja hacia el sentido que consideran adecuado para el transcurrir de nuestras vidas.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El apego a la tierra como fórmula económica.


Siempre hemos comentado que España tenía el paro como una enfermedad endémica de su sociedad, pero hemos dicho muy poco de la capacidad que tiene esta sociedad para soportar, sin grandes rupturas, unos índices de paro muy superiores a lo que supondría el fin para países teóricamente más evolucionados como Alemania, EE.UU. o Japón. Aunque cueste creerlo, el gran apego de los españoles a su tierra, a su casa y a su familia, son la razón de algo que algunos ya sospechan como un milagro económico.

Históricamente España ya ha sido un país donde unos pocos producían para una enorme cantidad de capas sociales que constituían, sobre todo, las famosas manos muertas. Con esas premisas, la sociedad española se vio obligada a generar estructuras que permitieran la supervivencia de las familias. En el pasado, en una misma casa subsistían varias generaciones que, con una especialización interna, se apoyaban unas a otras. En cada zona del país adquirieron unas características propias para adaptarse a su entorno y al momento histórico.

Entre los siglos XVII y XIX aparece un flujo individuos que se desarraigan de sus familias para correr aventuras por las colonias americanas. Muchos de ellos se quedarán allí, pero tras la independencia de muchos de aquellas colonias, también son muchos los que regresan. El siglo XIX pudo, en este aspecto, ser muy malo para el Estado que tuvo que aprender a hacer sus cuentas sin el dinero que representaban estas colonias, pero no fue así para la sociedad. Muchos de los que regresaron de “hacer las americas” volvían con algo de dinero en el bolsillo, pero, ante todo, con un espíritu de innovación y de negocio que permitió cambiar la sociedad. Estos eran los indianos. Muchos de ellos montaron negocios que pudieron funcionar o no, pero que durante algunos años emplearon a otros individuos cambiando la orientación de nuestra sociedad.

En los libros de historia, cuando llegamos al siglo XIX siempre nos fijamos en los fenómenos políticos y olvidamos el posible sentimiento de un pueblo que vivía, en realidad, muy alejado de los esfuerzos de sus mandatarios por aprender a vivir en una nueva sociedad. Así, mientras las ciudades se transformaban, el país se metía en guerras perdidas de antemano como la de Filipinas, Cuba y Marruecos (esta ya en los comienzos de siglo XX).

Cuando se acababa el impulso dado por los indianos y aumentaban las corruptelas de los políticos. Las nuevas grandes urbes como Madrid, Bilbao, Valencia y, sobre todo, Barcelona, se convertían en un farolillo encendido para aquellos que se habían quedado sin tierras y pasaban hambre. De momento la emigración no era grande, pero cuando lo hacían eran familias enteras. Al llegar Primo de Rivera al poder y dar más fuerza a los terratenientes, la emigración se disparó, hasta llegar a un momento en que las ciudades no podías dar más trabajo.

La República trato de solucionar el problema endémico que suponían los terratenientes en el campo y de crear viviendas baratas para los emigrados en las ciudades. No tuvo tiempo suficiente de llevar a término otra vez su problema porque la guerra civil barrió de un plumazo todo lo conseguido.

El fin de esa guerra supuso el mayor éxodo de la historia de España. También la mayor destrucción de familias. Los esquemas originales de la sociedad española estaban rotos, pero, una vez más, la capacidad de adaptación de la sociedad a las circunstancias más miserables, reestructuró estas instituciones para adaptarse a la dictadura franquista. Sobre los años 50 empezaron a aparecer grandes centros de producción en las ciudades que arrastraron de nuevo a miles de ciudadanos del campo a la ciudad. La vida en el país era miserable, así que no fue extraño ver en una casa de 30m2 habitada por hasta 15 miembros de una o varias familias.

La vida era cara y los sueldos bajos, no todos eran capaces de emplearse, pero algunos lograban más de un empleo. Dentro del núcleo familiar el que no lograba empleo fuera lo hacía faenas en casa o incluso negociaba con casi cualquier cosa: chatarra, animales, tabaco extraído de colillas, productos ilegales o sacados de los economatos del ejército y la policía… No era raro encontrar casas donde todos los niños trabajaban en alguna fábrica mientras el padre trapicheaba con artículos sacados de los vertederos de basura. Fueron tiempos difíciles donde unos vivieron mejor que otros, pero donde nacieron unas estructuras familiares que hoy sustentan nuestra economía.

Los tiempos mejoraron y los empresarios hicieron lo posible por intentar arrastrar a los individuos lejos de sus familias para hacerlos vulnerables. Posiblemente de haber durado algo más el franquismo lo hubiesen logrado, pero llegó la democracia y estos intentos antinaturales de una vieja patronal corrupta sirvieron de excusa para oleadas de huelgas que sacudieron el país y, por primera vez en mucho tiempo, crear una estructura social no lesiva contra las familias.

A comienzos de los ochenta los derechos de los trabajadores españoles empezaron a parecerse a los de los trabajadores europeos y nuestra economía, a pesar de ello, crecía como ninguna. No obstante fueron muchas las empresas que quisieron coger atajos que tarde o temprano terminarían por dañar al resto de la sociedad. Sin embargo, a pesar de los momentos de bonanza, el paro en nuestro país no se esfumó, porque tenía un sustrato endémico inevitable, pero las cosas iban bien. Y pudieron ir mejor cuando en 1992 se juntaron Expo de Sevilla, Olimpiada de Barcelona y año cultural de Madrid. La respuesta tenía que haber sido el pleno empleo, pero el empresariado español estaba metido en el tren del pelotazo y trajeron trabajadores de Irlanda y Polonia para abaratar costes. Muchas pequeñas empresas notaron el error durante el mismo año 92, pero la crisis fue declarada en el 93. Fue Solchaga el que cometió el primer gran error promulgando una ley de huelga en la que se imponían servicios mínimos sin control y sin contraprestaciones para los trabajadores. Desde el instante en que se publico en el BOE hasta hoy se han perdido más de la mitad de los derechos que los trabajadores tenían. La gran mayoría entre el 2000 y el 2004.

A pesar del desastre, las familias aguantaron la situación y en los últimos catorce años, gracias al boom del ladrillo, hemos disimulado que éramos un país con paro endémico y aún nos hemos permitido el lujo de contratar una masa trabajadora extranjera que casi duplicaba la propia.

Al final ha llegado otra de esas crisis gordas y se ha destapado nuestra realidad y, de nuevo, muchas familias se están sosteniendo por la base de sus estructuras, aunque más débiles que nunca. Desgraciadamente nuestros políticos, lejos de darse cuenta de cuál es la realidad de nuestro país, se prestan a tomar las mismas medidas neoliberales para atacar esta crisis. Unas cataplasmas que han funcionado con reparos en otros lugares, pero que aquí, dada nuestra idiosincrasia, pueden suponer el final de nuestras bondadosas estructuras sociales.

Ahora se pretende alargar la edad de jubilación hasta los 67 años cuando nuestro país nunca ha querido emplear a los mayores de 45 años. Por si eso fuera poco, se permite el despido por coger demasiadas veces la baja, aun a sabiendas que después de los 55 años casi nadie se puede sostener en pie correctamente debido a la dureza de años de esfuerzo. Excusas baratas de un empresariado que ha perdido su capacidad innovación y de compromiso social y de unos políticos irresponsables vendidos a las ideas del neoliberalismo que, dicho de paso, es el padre de todas las crisis.

Ese neoliberalismo que hace vivir a un norteamericano en un autocaravan para poder aceptar un trabajo allí donde se produce. Llevando a su mujer y a sus hijos de estado en estado y de colegio en colegio, con un desarraigo total por su tierra y la incapacidad total de adquirir unos conocimientos adecuados para salir de esa espiral de mala vida. Sí, ese neoliberalismo se va imponiendo en cada reforma laboral, en cada paquete anticrisis, para desarraigarnos de nuestra tierra y de nuestras familias para acabar con… un paro endémico que es en realidad nuestra última barrera para salvaguardar nuestra verdadera economía social. Y la próxima vez que aumente el paro ya no habrá medidas que aplicar, porque estas se hacen sacando un recurso antiquísimo que ha crecido en nuestras familias y que está a punto de agotarse. Cuando el hombre pierde el arraigo a su tierra y a su familia pierde el orgullo y pierde la capacidad ser el mismo. A partir de ese instante es capaz de todo y nada, porque ya no tiene ninguna protección, pero su vulnerabilidad lo es a un tiempo del país que lo acoge tanto como del que deja.

Pero cuál es el mecanismo del arraigo para salvar la estabilidad social. A mediados de los noventa, la Unión Europea envió a sociólogos y economistas a estudiar esta evidencia de nuestro país. Nunca hubo una publicación conjunta de conclusiones porque no lograron ponerse de acuerdo, sin embargo, a lo largo de estos párrafos ya hemos desvelado algunas de las más importantes razones. Si añadimos que cuando una persona se encuentra en su ambiente y rodeado de los suyos es capaz de soportar mejor, física, económica y psicológicamente, las malas épocas, y que, además, las familias y allegados acostumbran a formar un núcleo solidario, ya tenemos la ecuación completa.

Tal vez deberíamos recurrir a la UNESCO para pedir ayuda en la salvaguarda de este modelo tradicional de familia que tiene muy poco que ver con el que defiende la iglesia o el PP, mucho más basado en los lesivos cortes neoliberales.

Imagen tomada de http://derecho.laguia2000.com . Los Simson, una crítica de la sociedad y la familia americanas con la que, en demasiadas ocasiones (cada vez más) nos sentimos identificados. Vemos que los únicos familiares cercanos son las gemelas hermanas de la esposa que siempre que ayudan lo hacen minando al matrimonio y el padre del marido, que fue desterrado a un asilo después de pagar la casa en que viven. Un perfecto ejemplo de solidaridad familiar.